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Para los latinoamericanos la Navidad suele resultar peculiar. Partimos de una celebración religiosa que rompe todas las diferencias existentes para lograr que tanto las historias como las figuras bíblicas se conviertan en representaciones culturales de las que todas las personas participan de alguna forma.

No es relevante tomar una postura y defender el verdadero significado de la navidad disparando datos históricos que nos hagan sentir momentáneamente superiores. A estas alturas de la vida, considero que son más importantes las alegrías que los corazones puedan sentir. Con regalos o sin ellos, en familia o en soledad. Esta época del año sirve como un ejercicio para ser gentiles con nosotros mismos y dejarnos sorprender por nuestra capacidad para celebrarnos.

Entre historias que surgen como casualidades que sacan sonrisas, esta semana haremos referencia a “Historia de un cabello blanco” (1954), crónica del autor Gabriel García Márquez publicada en el periódico colombiano El espectador. Está dividida en cinco partes y las dos últimas llevan el título al que nos hemos referido en líneas anteriores.

Efraín Tello, nuestro personaje, es un hombre albino que no recuerda mucho sobre su pasado más que haber nacido en Cundinamarca. En su madurez fue carpintero en Fontibón y desempeñó el oficio con destreza; en ese tiempo él aún no sabía que muchos años adelante sería el verdadero Papá Noel de Bogotá.

El tiempo pasó y sus habilidades disminuyeron al grado de no poder utilizar más el serrucho. Para Efraín, no poder continuar con la carpintería significaba una señal triste para moverse de ciudad y “buscar por otra parte”. Entonces llegó a Bogotá y su situación fue complicada; vivía de la caridad haciendo pequeños trabajos a cambio de comida y un espacio para dormir. Su salud se vio afectada con una gripe mal tratada y el resultado fue un desmejoramiento increíble que lo hizo envejecer aún más. Su cabello creció y su barba fue un destello blanco y largo que adornaba su rostro albino: un verdadero Papá Noel.

Sucedió el milagro. La gente que lo conocía le informó que en un almacén del centro buscaban a un hombre que hiciera de Papá Noel con máscara. El empleo fue suyo y la fama también. El milagro navideño significó mejorar su condición, pero sobre todo revivir su espíritu; ese que nosotros podemos reconocer a través de guiños festivos como éste.

Busquemos nuestras propias alegrías navideñas; ahí están esperando por nuestros ojos.

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