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A Marcos
En la lectura que hoy nos ocupa, sabremos distinguir aquellos momentos en los que hemos tenido que ser conscientes de la hora. Me refiero a una hora específica pero también tiendo el puente para transitar el momento en el que ciertas acciones ocurren a nuestro alrededor y con resignación aprendemos a decir: era tiempo.

Enfocándonos en la poesía en prosa del poeta francés Charles Baudelaire, invito a sentarnos y observar con atención cómo los versos pueden ser narrados y al mismo tiempo crear una serie de imágenes exactas y vívidas que incluso podríamos adoptar como nuestras; como si tiempo atrás nosotros hubiéramos sido los protagonistas.

Quiero dejar en claro, querido lector, que la finura reina en la simpleza de una historia que podría enternecer más de un corazón. ¿Su título?: “El reloj”.

Dentro del poema, somos advertidos con una oración que dispara certeza: “Los chinos ven la hora en los ojos de los gatos”. Y de pronto estamos ahí, mirando cómo un misionero pasea por una calle de Nankin e inmediatamente nota la ausencia de su reloj. Consternado, se acerca a un niño y le pregunta la hora. Éste se va momentáneamente y regresa con un gato grande, ejemplar. Mirando al animal a los ojos, le contesta: “Todavía no son las doce en punto”. Era cierto.

En este punto, el poeta nos deja con esa escena que adoptamos como verdadera y se abre una ventana a la percepción sentimental de quien narra poéticamente expresando cómo él; mirando detenida y profundamente a los ojos de su gata, puede percibir algo mucho más sustancial: la eternidad.

Comparto que no solamente podemos medir el tiempo en los ojos de los gatos, también es posible hacerlo a través de los perros.

Porque cuando se trata de sentir e interpretar, el infinito de unos ojos que nos miran con sinceridad puede volverse todo el alivio que nuestra alma busca. ¿Y si esos ojos se cerraran y su tiempo fuera el último? Tendríamos que cerrar los nuestros para encontrar los suyos, mirarlos una vez más.

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