Los pocillos
En la lectura de esta semana, el escritor uruguayo Mario Benedetti nos presenta la historia de tres personas: una pareja de esposos y el hermano del hombre.
Invito a pensar en todos aquellos momentos en los que somos mirados y hemos sentido el peso de unos ojos que nos observan llevando hasta el límite nuestra capacidad para mantenernos quietos. Se trata de un ejercicio constante, miramos de manera tan natural como quien respira; no lo podemos evitar.
En la lectura de esta semana, el escritor uruguayo Mario Benedetti nos presenta la historia de tres personas: una pareja de esposos y el hermano del hombre. ¿Sus nombres? Mariana, José Claudio y Alberto. El relato gira en dos planos distintos: una escena en donde los tres están en la salita esperando por el café, y otra en la que, mediante los recuerdos de Mariana, llegamos a conocer los roles de las tres personas involucradas en la historia. Lector, tengamos en cuenta que, en ocasiones, las historias más profundas habitan en la convivencia que surge de los espacios pequeños.
José Claudio, el esposo de Mariana, ha perdido la vista y la amargura justificada de tal pérdida se deja sentir en sus comentarios sarcásticos; habla y se dirige como quien tiene permiso especial para resultar pesado. Por otra parte, Alberto, su hermano, sirve de apoyo a Mariana cuando los comentarios de su esposo comienzan a resultar cordialmente ofensivos y la elección de la combinación de colores para los pocillos donde beberán el café se ve comprometida.
Entonces sucede. Durante la lectura vemos cómo, a partir de un recuerdo, Mariana refleja para nosotros cómo ella y Alberto han llegado a llevar su dinámica personal a un nivel que José Claudio, si hubiera podido ver, les hubiera acusado de traición; habían comenzado a amarse en la presencia ausente.
Entre diálogos, José Claudio responde firmemente a los comentarios que llevan aires de “deberías” y dice que no cree realmente que él pueda recuperar la vista, así como la perdió. Mientras tanto, las caricias entre Mariana y Alberto están presentes entre líneas tensionantes que nos llevan a un punto de no retorno cuando, para sorpresa de ambos, José Claudio, retador, elige el color de su taza; ya podía ver.