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Dentro de toda la gama de sentimientos que conocemos, algunos podemos experimentarlos de manera más frecuente. Nadie nace sabiendo qué querer y de qué forma hacerlo, entonces quizás éste sea un caso más para los tan conocidos constructos sociales. ¿Se nos enseña la apreciación, la valoración por la vida, por las personas o por los animales? Quiero creer que sí y que dentro de nuestra naturaleza humana corre una empatía selectiva que sensibiliza la visión que tenemos hacia las circunstancias que nos rodean.

En la lectura correspondiente a esta semana conocemos el relato titulado “La gallina”, de la autora ucraniana-brasileña Clarice Lispector. En él, y a manera de introducción evidente, advierto la posibilidad de reconocernos en las acciones de los personajes que, como nosotros, tienden a dar segundas oportunidades a partir del enternecimiento (o debilidades) del corazón.

Como escenario tenemos una cocina que se ilumina con el sol de las ocho de la mañana en un domingo. En la esquina de este espacio y con más vida de la que pudieran creer quienes ignoran su presencia, se encuentra la gallina destinada a morir ese día. Cotidiano, ¿no? Una actividad aceptada y totalmente normal.
De pronto la gallina aletea con fuerza logrando salir de la cocina para dirigirse al muro de la casa; dos aleteos más y se encuentra ahora en el techo del vecino. La familia la mira entre una confusión que dura pocos segundos y entonces dan comienzo a la persecución. El elegido para regresarla hacia su destino es el hijo más joven, quien resulta lento pero perseverante. Después de aleteos, saltos, gritos y varios metros recorridos, el chico cuyo pecho crece de orgullo, sostiene su trofeo y lo regresa de un ala.

Ya en la casa, “de puros nervios la gallina puso un huevo”. El hecho enterneció a la niña de la familia que miró cómo el animal movía las alas para acomodarse sobre el huevo y darle el calor necesario que su gallinosa naturaleza dictaba. ¡El milagro! Ante los ojos de la familia la gallina es ahora una futura madre que busca proveer al hijo y alimentarlo. Su vida fue perdonada y ahora la idea de matarla resultaba impensable, pues todos desarrollaron un cariño circunstancial hacia ella: la nueva reina de la casa.

¿Cuál es el truco empático? Quizás entre las cosas que hemos aprendido se encuentra el hecho de que siempre es más fácil ser comprensivo con quien solamente existe y actúa por instinto, y no con quien puede hablar. Debería ser al revés.

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