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A Jaina Michel Matus

Hoy es el Día Internacional de la Juventud, recordatorio del papel de población joven como actora para el cambio; se da este año en un contexto complicadísimo, en el que, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), uno de cada seis jóvenes se encuentra sin empleo, debido a la crisis provocada por la pandemia. Los datos de la ONU señalan que actualmente la población juvenil llega a 1,200 millones de personas entre 15 y 24 años, es decir, el 16% de la población mundial y en 2030 podrían llegar a 1,300 millones. Esto significa que los jóvenes harán una aportación significativa a la recuperación que será urgente después de la pandemia en todos los países.

Para ello, es preciso poner el foco de atención en la garantía de sus derechos a la salud y la educación, factores de primer orden para que esté preparada para afrontar los desafíos que imponen estos tiempos, en su propio beneficio, pero también en el de nuestras sociedades. En algunas naciones como las de América Latina la juventud vive en contextos complejos, sobre todo por las desigualdades económicas, sociales y culturales y la prevalencia de adicciones y “ocupaciones” relacionadas con la delincuencia organizada, entre otras problemáticas.

Por otro lado, hay factores que han cambiado el paradigma de cómo y qué se espera de los jóvenes.

Uno de los avances que más han impactado a la juventud es la tecnología, en aspectos positivos y negativos. La industria del entretenimiento digital y las nuevas formas de interacción social en medios digitales han modificado las capacidades de los jóvenes para administrar el tiempo, desarrollar capacidades cognitivas y sociales y desenvolverse en el ámbito académico.

También se han modificado sus patrones, un ejemplo es la llamada Generación Z, que ha crecido en un ambiente hasta cierto punto caótico y con alto grado de resiliencia. Han tenido que madurar pronto. Muchos crecieron en familias diversas que antes eran menos comunes y son muy conocedores de los derechos relativos a sus libertades.

La “generación Z” (nacida entre 1995 y 2015) es muy diferente a la generación anterior, los Millenials y en términos generales, son una gran promesa para la humanidad porque muchos de estos jóvenes han retomado valores que parecían haberse perdido y han sido generadores de cambio utilizando los espacios digitales en los que se expresan.

Un artículo de Forbes señala que esta generación se caracteriza por tener buenas intenciones, ser realistas y trabajadores enfocados. “La generación Z creció en un contexto incierto, la manera de ver el mundo cambió, aumentó la diversidad social, cambiaron algunos roles sociales y, sobre todo, aprendieron a salir adelante en un mundo difícil. Son jóvenes muy maduros, autosuficientes y creativos”, apunta. Igualmente, son incógnitos y privados. “Han aprendido los riesgos e inconvenientes que implica compartir toda su información en internet”.

En mi caso, puedo dar fe de ello, con una chica de esta generación en casa, que ha roto paradigmas familiares y ha insistido en gozar de sus libertades y dirigir sus aspiraciones a objetivos de largo alcance, con tenacidad, algo que hace una joven de 18 años, sin miedo y sin afectarse de prejuicios. La obligación que nos queda es aprender de ellos y ellas.

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