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No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad en mi mente.- Virginia Wolf

Querida Jaina:

A tu edad ya sabes, por experiencia propia, lo difícil que es ser mujer en este país. Desafortunadamente lo es en casi todos, porque la igualdad entre mujeres y hombres, en diversos ámbitos, es un pendiente vergonzoso en la mayoría de las naciones, que debería prender las alarmas en todos los entornos: de gobierno, social y familiar, para que esta situación mejore algún día. En cuanto a la violencia contra las mujeres, la ONU no duda en decir que es de “proporciones pandémicas”.

Pero sabes también que, como han hecho tantas antes y lo harán otras después de nosotras, el reto es avanzar hacia la vida que queremos vivir, a pesar de las complejidades que implica, por el hecho de ser mujer, llevar esa vida y expresarla en nuestros propios y personales términos.

Sigue siendo un reto gozar de los derechos que nos vienen de origen como seres humanos y que tantas leyes nacionales y locales, protocolos, tratados y convenios internacionales han tenido que contemplar para reforzar su respeto y cumplimiento. Probablemente no me alcanzaría el espacio para nombrarlos y seguro te parece absurdo que tantos preceptos legales hayan tenido que crearse para que nuestros derechos sean respetados.

El avance no ha sido fácil, como sabes, pero se ha ido ganando, para nuestra fortuna, con la lucha y el sacrificio de mujeres que dedicaron vida y obra a hacer de estos derechos una realidad y a poner el foco de atención sobre cosas que se creían normales, como marginación, discriminación e intimidación expresa o no expresa hacia la participación de mujeres en actividades, profesiones y entornos que se creían sólo para hombres. Su lucha también ha visualizado el grave daño de la “condena” social (y legal) que prevalece por el estado civil o la forma en que las mujeres expresan distintos aspectos como seres humanos, incluyendo la decisión sobre sus propios cuerpos.

Aún hoy cosas tan ordinarias como caminar por las calles, subir a un transporte público o vestir de tal o cual modo implican riesgos para las mujeres. Esos riesgos pueden ser cuestión de vida o muerte en algunos estados del país. No volver del trabajo, la escuela, de visitar amigos o de salir a divertirse es una alta posibilidad en muchos territorios.

Aún más, para algunas niñas, adolescentes y mujeres adultas el propio entorno familiar puede ser el ámbito más violento: violencias expresas o sutiles, que aprovechan los lazos familiares y la confianza.

Por eso, querida Jaina, permitir a las niñas (y niños) crecer en libertad, sin ataduras acerca de cómo debería ser una mujer (o un hombre) o lo que se espera de ellas en relación con su género, es una oportunidad de vida que nos corresponde a los padres y madres ofrecerles. Son las mejores armas para que la lucha diaria que deberán librar en los espacios públicos y privados y en sus propias relaciones personales rinda victorias y podamos aportar a un cambio desde abajo, impulsando una fuerza que termine de una vez por todas de derribar las barreras del patriarcado. Es lo que he querido y espero darte.

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