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Cuando alguien anuncia que ha descubierto o hallado o creado un sitio o acontecimiento que cambiará la historia del mundo o será un parteaguas en la vida de la humanidad, comienza mi espíritu a sobrecogerse de miedo y me acuerdo de algunas series tremendistas de canales “serios” como National Geographic y History Channel.

El estilo de ambos medios de divulgación parece estar inficionando algunos proyectos que se supone de gran fondo científico en esta región del mundo –maravilla cultural que no necesita venderse con anuncios de ribetes cinematográficos ni con títulos espectaculares- y haber llegado a las cúpulas del Instituto Nacional de Antropología e Historia, una institución que se ha caracterizado (o había) por la mesura a la hora de hacer un anuncio, no se si por la necesidad de contar con los fondos que generosamente proveen aquellos canales de televisión y revistas o para ganar titulares en la prensa.

El caso es que me parece rimbombante y exagerado cualquier espectáculo generado en torno a un descubrimiento –que a veces no lo es tanto-, como el que el INAH dio a conocer hace unos días y que generó expectación nacional y mundial respecto de un hecho conocido ya hace decenas de años (por lo menos 50) en las cercanías de Chichén Itzá, en la cueva de Balamku’, donde el extinto arqueólogo Víctor Segovia Pinto –él sí un descubridor de muchos sitios y sucesos que hoy llaman arqueoastronómicos- aportó su prudencia científica para preservarla y de ese modo hacerla fuente de conocimiento sobre la cultura maya, por lo demás venero inagotable de hallazgos que, si nos atendemos al tremendismo del verbo “reescribir”, harán que todos los días estemos reescribiendo la historia de ese pueblo de inmensa inteligencia y realizaciones asombrosas.

Por toda la geografía del mundo maya hay investigadores yucatecos y mexicanos enfrascados en trabajos de gran profundidad científica en torno a lo construido por los sabios mayas. Recuerdo, por ejemplo, haber visitado la cocina del rey de Kabah, donde la arqueóloga Lourdes Toscano realiza una reconstrucción minuciosa del sitio donde se preparaban los alimentos del soberano y sus explicaciones me llevaron a pensar que si ella fuera de quienes gustan de la espectacularidad y los espacios en la prensa ahí tiene motivos más que suficientes para ello. Pero, al contrario, con grandes carencias y víctima de la astringencia económica que asfixia a la ciencia y la cultura en México, poco a poco ha ido poniendo de pie la cocina real de la que extrae conocimiento acerca de lo que comían los mayas y cómo se guisaba.

Así hay otros muchos investigadores diseminados por montes de la zona maya entregados en silencio y profundamente comprometidos en un trabajo científico y que no andan pregonando lo que a veces es algo como el famoso parto de los montes.

Personas muy serias y conocedoras del mundo maya me dijeron que creen que Balamku’ es “interesante”, pero no va a reescribir la historia. La mesura siempre es mejor en temas de ciencia, cuyo sino es el perenne signo de interrogación.

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