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Hay algo en lo que le asiste toda la razón y un poco más al presidente Andrés Manuel López Obrador, a la vista de lo que ha estado saliendo por todos lados y que muchos sabían que existía y callaban por conveniencia o por miedo: toneladas del corrosivo pus de los latrocinios contra bienes de la patria. La corrupción es un mal que ya no puede seguir socavando los cimientos de la nación, porque de continuar, más pronto que tarde, habremos perdido la batalla y seremos solo piltrafas de sociedad.

No creo que nadie en su sano juicio –o hasta medio aturdido por esa cosa que fuma don Fox- no secunde la cruzada del primer mandatario. Nos va la vida en que la “honestidad valiente” se imponga y por fin veamos no solo en la cárcel, donde deben estar, a los detentadores y beneficiarios de la “mafia del poder”, sino sobre todo devolviendo todo lo mal habido, que suma miles de millones de dólares y que daría con suficiencia para cubrir las necesidades del país y pagar deudas ancestrales con los más jodidos.

Esa decisión es la que –me parece- llevó a 30 millones de mexicanos (yo no entre ellos) a votar por el cambio y poner donde quería estar desde hace 20 años a Andrés Manuel. El hombre es un ejemplo –por lo que se ve, no sé si hay otras cosas detrás de lo que miramos- de austeridad republicana. Los expertos en imagen dicen que todo esta fríamente calculado en su apariencia descuidada y en sus canas al aire, que es escenografía. Puede ser. También que su cercanía con la gente es solo espectáculo mediático. No estoy seguro.

Dicho esto, paso a señalar que combatir la corrupción no es sinónimo de desmantelar las instituciones del “antiguo régimen”, de la era de los neoliberales (enterrados por decreto presidencial) y fifíes que se bañaban en oro y saqueaban al país. México no es una nación bananera –como con soberbia inhumana llamaba aquel MacNamara de los años 60 a los pueblos de Centroamérica-. A tumbos y caídas y con esfuerzo titánico de siglos –inclusive por encima de las podridas huestes que lo saqueaban- ha construido un entramado institucional que debe ser preservado. Seguro en algunos casos habrá necesidad de cirugía mayor, pero no creo que sea necesaria la condena a muerte.

Por el camino de ir destruyendo o desechando a los que no le endulzan el oído con lo que quiere oír, como le hizo al señor Urzúa, nos va a llevar entre las patas a los mexicanos –y no creo que nadie haya votado por eso-. Que limpie los establos de Augías, cual moderno Hércules de bolsillo, pero no todo está podrido en Dinamarca (menos en México).

Larga vida a la 4T, ¿o mejor no?

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