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Pancho Villa, por otro nombre Doroteo Arango (entre decenas más usados en sus años de bandido y pistolero), fue un hombre a quien pocos quisieron –aunque sí muchas amaron (27 bodas dan fe de ello) y le dieron hijos por decenas (26, según las cuentas de los historiadores)-. Su vida estuvo llena de misterios, desde quién fue su padre hasta sus andanzas como abigeo en Chihuahua, Durango y otros estados del norte donde se burlaba de la muerte, su conversión al maderismo y sus aportaciones al triunfo de la revolución de 1910, y al que le atribuyen “disparates” (así los llama Paco Ignacio Taibo II), como que durante su nacimiento una tormenta cambió “el tamaño, el color y el curso de Venus”.

Un hombre así, ni muerto podía dejar de generar sucesos insólitos. Uno de ellos –hasta hoy sumido en el más profundo de los misterios- es el destino de su cráneo. Con motivo de la recordación en Historia en cápsulas en Novedades Yucatán (20/julio/19) de su asesinato en Parral el 20 de julio de 1923, y comentarios a la nota, uno de los cuales proponía hablar más de ese personaje de primera línea en la revolución, consideré importante lo del destino de su cráneo.

Hay algo cierto: fue robado de su tumba en Parral la madrugada del 6 de febrero de 1926. Un grupo de profanadores –según todos los indicios, soldados-, que seguían órdenes del jefe de la guarnición de Parral, Francisco Durazo Ruiz, abrió a barretazos la tumba 632, cercenó el cráneo, lo entregó a un auxiliar de Durazo y a partir de ahí comienza el misterio.

Se dijo que estaba en Estados Unidos, que fue entregado a una sociedad secreta de la Universidad de Yale (a la que años después pertenecería George Bush el pequeño), que Durazo pretendía venderlo a un potentado estadounidense que, “por razones de venganza”, dice Taibo, ofrecía 50 mil dólares, y que también se procedió a la profanación por órdenes del presidente Calles.

“En el país de las historias delirantes, esta es la más delirante de todas”, sentencia Taibo, quien a diferencia de Friedrich Katz (“el mayor biógrafo de Villa”), que no se ocupa de ella, también informa de la versión de que los restos que con honores fueron colocados en el Monumento a la Revolución de la Ciudad de México, en 1976, por órdenes de Luis Echeverría, en realidad son los de una mujer que, de paso en Parral camino a Estados Unidos para ser tratada del cáncer que padecía, murió y como no fue identificada se dispuso enterrarla en la que fue tumba de Villa, desocupada tras la profanación por disposición de la familia que sepultó lo que quedaba del cuerpo de Villa en otra tumba.

Un ginecólogo que presenció la exhumación de los “huesos de Pancho” de la tumba que ocupó al principio en el cementerio de Parral, dijo al verlos que la pelvis era de una joven mujer, pero no le hicieron caso.

Fueron llevados en medio de grandes honores a la capital, donde en noviembre de 1976 fueron inhumados junto a los de Madero, “a quien tanto reverenció”, dice Katz, y de Carranza, “su más enconado enemigo”.

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