¿Por qué escribes?
El poder de la pluma
Una pregunta que no esperaba, pero que tras que me fue hecha la agradezco, porque me da oportunidad de reflexionar sobre la pretensión de quien pone sus palabras en letra de molde, me llegó hace dos días: ¿por qué escribes?, ¿qué pretendes?, ¿te quieres lucir y que vean que sabes mucho? Y me la hizo alguien de quien menos lo esperaba, pero a quien quiero mucho y sé que no la formuló con malas intenciones.
Desde luego, lo primero que se me vino a la cabeza y que respondí de inmediato es que escribo porque pienso que puedo aportar algo de ese modo al mejoramiento de la sociedad, tal como lo hacen otros que se ocupan de diversas profesiones y oficios. Lo único que medio sé es escribir, a eso he dedicado medio siglo de mi vida, desde aquel miércoles 8 de marzo de 1972 en que a las 2 de la tarde entré por vez primera a la redacción de un periódico.
Como la misión del médico es curar, del carpintero es hacer muebles buenos y útiles o del albañil es construir casas, así la tarea de quien escribe –en este caso del periodista- es aportar ideas, escudriñar en la vida pública, ser voz de quienes no tienen medios de expresarse, señalar a la autoridad lo que le parece que no se está haciendo bien. Es –como dice el clásico Manual de periodismo de Leñero y Marín- o debe ser “rastrillo del estercolero”.
Luego he estado pensando más detenidamente en la pregunta y otras posibles respuestas se me cruzan en las entendederas.
También escribo porque es una necesidad casi fisiológica. No suelo hacer confesiones íntimas, pero hoy y ante la pregunta, digo que es algo que me ha acompañado toda mi vida, desde que a los cinco años de edad empecé a leer. Cuando no escribo (y no se si lo hago bien o lo hago mal, pero sí se que me hace falta), no hay paz ni sosiego en mi alma.
Escribo porque leo. Es otra de las respuestas que podría dar. Conocer a través de la lectura otras ideas, ideologías, historias, sucesos y personas y personajes te da dimensión distinta de las cosas y abre perspectivas inimaginables, te pone frente a la realidad y la miras de forma diferente, quizá con un poco más de profundidad. Yo no podría concebir mi vida y mi trabajo si no pudiera leer y no lo disfrutara. Y leo de todo, hasta la letra chiquita de las medicinas. Pero eso trae aparejada una gran responsabilidad. Primero porque, si sabes algo, es deber ético no guardarlo para ti solito, sino compartirlo, y segundo, porque con esas herramientas puedes contribuir a mejorar la sociedad en la que vives.
Y aquí me voy a permitir hacer una breve reflexión frente a mis colegas periodistas jóvenes: no es buen periodista quien no lee ni siquiera lo que escribe, menos algún buen libro. Leer te permite escribir bien, no hay mejor escuela que una buena lectura.
¡Feliz año a todos!