No a la lucha a garrotazos
El poder de la pluma
El tema es polémico y polariza a la sociedad, pues entremezcla muchas cuestiones ideológicas, morales, culturales, religiosas y de convicciones personales –que en ocasiones no son compartidas por otras personas que piensan lo contrario- y se vuelve explosivo cuando tratamos de imponer nuestros criterios a otros o los consideramos verdades dogmáticas e indiscutibles. En pocas palabras, cuando nos declaramos dueños absolutos de la verdad y le negamos a la otra parte el derecho de disentir y expresar sus convicciones.
Lo que hemos visto últimamente en la Ciudad de México y hace apenas unos días en Mérida nos debe llamar la atención a todos, y ver qué parte de culpa tenemos en lo ocurrido –no hacer el examen de conciencia del otro, sino el nuestro-. Por ejemplo, la presencia de mujeres encapuchadas que causan destrozos y agreden el patrimonio social o la propiedad privada so pretexto de protestar porque la autoridad hace oídos sordos a sus demandas (sin juzgar si son justas o no y si es verdad que no les hacen caso).
Yo siempre he simpatizado con los rebeldes, los que se oponen al inmovilismo, a que las cosas permanezcan sin cambio. Creo que es importante sacudir las ideas, despejar las nubes que nos impiden ver la realidad y reflexionar sin desechar a priori las creencias del de enfrente solo porque no van con lo que yo pienso. Pero no comulgo con la ley del garrotazo, con la violencia que siempre es irracional o los ataques a personas inocentes o a sus bienes y menos a los bienes que son propiedad común, patrimonio de la ciudad.
Lo digo sin ambages y directo: lo ocurrido el domingo en el Monumento a la Maternidad es de un salvajismo que no estamos acostumbrados a ver en Mérida. Las siete u ocho mujeres encapuchadas que pintarrajearon la estatua de la madre –en una acción muy parecida a las de aquellas que hicieron lo mismo en calles del centro de la capital- en vez de apoyar el movimiento de quienes luchan por alcanzar la vigencia del estado de derecho pleno en Yucatán y el acatamiento de fallos de la Suprema Corte de Justicia –conste que aquí no meto cosas ni de religión ni de moral que son del ámbito personal de cada quien- lo mancharon indeleblemente con la pintura con que cubrieron una obra de arte que es muy apreciada por los yucatecos. No creo que nadie haya visto con simpatía ese acto bárbaro y criminal, por más que se crea que la lucha es justa.
Alguien me va a decir –ya lo estoy esperando- que es más injusto lo que se hace con quienes luchan porque Yucatán no sea ajeno a los mandamientos de la Corte y se legisle conforme a éstos y que las mujeres están cansadas de sufrir siglos de violencia. Y tiene razón, pero, como diría el prócer de la 4T: la gasolina no se apaga con gasolina. En la edad media los conflictos se dirimían a golpes de lanza y espada. Pero eso fue hace siglos.