|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

El tema es polémico y polariza a la sociedad, pues entremezcla muchas cuestiones ideológicas, morales, culturales, religiosas y de convicciones personales –que en ocasiones no son compartidas por otras personas que piensan lo contrario- y se vuelve explosivo cuando tratamos de imponer nuestros criterios a otros o los consideramos verdades dogmáticas e indiscutibles. En pocas palabras, cuando nos declaramos dueños absolutos de la verdad y le negamos a la otra parte el derecho de disentir y expresar sus convicciones.

Lo que hemos visto últimamente en la Ciudad de México y hace apenas unos días en Mérida nos debe llamar la atención a todos, y ver qué parte de culpa tenemos en lo ocurrido –no hacer el examen de conciencia del otro, sino el nuestro-. Por ejemplo, la presencia de mujeres encapuchadas que causan destrozos y agreden el patrimonio social o la propiedad privada so pretexto de protestar porque la autoridad hace oídos sordos a sus demandas (sin juzgar si son justas o no y si es verdad que no les hacen caso).

Yo siempre he simpatizado con los rebeldes, los que se oponen al inmovilismo, a que las cosas permanezcan sin cambio. Creo que es importante sacudir las ideas, despejar las nubes que nos impiden ver la realidad y reflexionar sin desechar a priori las creencias del de enfrente solo porque no van con lo que yo pienso. Pero no comulgo con la ley del garrotazo, con la violencia que siempre es irracional o los ataques a personas inocentes o a sus bienes y menos a los bienes que son propiedad común, patrimonio de la ciudad.

Lo digo sin ambages y directo: lo ocurrido el domingo en el Monumento a la Maternidad es de un salvajismo que no estamos acostumbrados a ver en Mérida. Las siete u ocho mujeres encapuchadas que pintarrajearon la estatua de la madre –en una acción muy parecida a las de aquellas que hicieron lo mismo en calles del centro de la capital- en vez de apoyar el movimiento de quienes luchan por alcanzar la vigencia del estado de derecho pleno en Yucatán y el acatamiento de fallos de la Suprema Corte de Justicia –conste que aquí no meto cosas ni de religión ni de moral que son del ámbito personal de cada quien- lo mancharon indeleblemente con la pintura con que cubrieron una obra de arte que es muy apreciada por los yucatecos. No creo que nadie haya visto con simpatía ese acto bárbaro y criminal, por más que se crea que la lucha es justa.

Alguien me va a decir –ya lo estoy esperando- que es más injusto lo que se hace con quienes luchan porque Yucatán no sea ajeno a los mandamientos de la Corte y se legisle conforme a éstos y que las mujeres están cansadas de sufrir siglos de violencia. Y tiene razón, pero, como diría el prócer de la 4T: la gasolina no se apaga con gasolina. En la edad media los conflictos se dirimían a golpes de lanza y espada. Pero eso fue hace siglos.

Lo más leído

skeleton





skeleton