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Para cada sapo hay una pedrada y para cada tema hay un Andrés Manuel distinto. Quien lo conoció en campaña sabe que siempre fue uno solo, que personificó su lucha sin atajos y en camino recto. Hoy las cosas son distintas, hay muchos de él pero ninguno como el que él era cuando “se aflojaba en terracería”.

Digan lo que digan, en México hay más de un presidente de la República. No es la misma persona quien canceló el aeropuerto de Texcoco que el que apoya y consiente un atropello constitucional en Baja California, o incluso si nos referimos a aquel que ataca a las “insaciables” calificadoras o que permite, al mismo tiempo, la liberación de un peligroso narcotraficante.

Hay un presidente legítimamente preocupado porque los más pobres y desfavorecidos del país tengan apoyos constantes del gobierno. Que las zonas de México más azotadas por la pobreza tengan un respiro con programas que, guste o no, buscan nivelar ingresos, calidad de vida y, en la medida de las posibilidades, oportunidades negadas hasta ahora para millones.

También ocupa la silla presidencial un hombre ensimismado que a machetazos corta un bosque de avances e iniciativas importantes por considerarlos producto de corruptos, entreguistas, conservadores, mafias o delincuentes de cuello blanco. Es uno consigo mismo y con sus odios y reproches mal sanados.

El Ejecutivo a veces se dice justo, otras ciertamente lo es. Declara la guerra a los grandes males de la patria, los mismos que enarbolaron los héroes de otros tiempos. Se envuelve en la bandera y profesa todas las mañanas sobre el México que siempre soñó, hoy que es verbo le hace falta actuar.

En los días de Palacio hay un “Peje” de los mítines gozoso del grito y el aplauso. Hay un “López” enemigo de los privilegiados, o de los que han trabajado legítimamente toda su vida y que, según la nueva moral, también son señalados.

Cuál actitud define qué, nadie lo sabe. Qué cara será la próxima en parecer, tampoco queda claro. Tan impredecible incluso para los suyos, no hay quien se atreva a apostar incluso con cartas marcadas. ¿De estrategia? Ni hablar. La estrategia es resultado medible, pero tras la Puerta Mariana solo cuentan otros datos.

Con una increíble capacidad de reinventarse, López Obrador ha cruzado sobre fuego y ha salido avante. Frente a los adversarios, su resistencia y convicción personales lo mantuvieron de pie. Tantos caminos andados y ahora parado frente al espejo.

Las caras del presidente responden por un solo hombre. Sus decisiones desafían su propio pasado y lo ponen en la balanza de lo que heredará a México. Y no son pocos los que resbalan la duda de pensar si fue mejor opositor o lo es presidente de México. Al tiempo.

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