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No hay mejor spot que aquel que llega a un gran público con el menor esfuerzo posible y así han sido para Andrés Manuel López Obrador las mañaneras diarias: una enorme campaña en la línea de la retórica gubernamental pero con claros objetivos electorales.

Muy temprano, el micrófono más poderoso del país es testigo de señalamientos, acusaciones, informes y acciones, con los que el gobierno y quien lo comanda juegan al póker de las apariencias y las comparaciones.

Quien haya seguido de manera cotidiana estos monólogos, habrá comprobado que gran parte del mensaje es el mismo, con alegorías conocidas y dardos recurrentes.

Entre tanta repetición vienen mezcladas las acciones del día a día, se anuncian los avances de infraestructura o los porcentajes más o menos que diferencian a este gobierno de los anteriores.

Lo que importa es la directriz del presidente, porque, aunque parezca broma, es ahí donde también se enteran los secretarios de Estado y los titulares de las demás dependencias de la administración federal de lo que hay que hacer.

En estas conferencias no son raros los embates contra partidos, medios o grupos selectivamente identificados como responsables de todo lo malo que pasa en México.

Lavar las culpas de los recién llegados se ha hecho costumbre desde el estrado. Y es que a más de dos años de gobierno aún se invoca al pasado maldito para justificar el aumento de la violencia y una economía por los suelos.

El presidente está en campaña y decir lo contrario sería una necedad. Y lo hace porque puede y se le permite, además de que no necesita al partido que lo llevó al poder. Hoy sus mítines son por Facebook Live y las carreteras que tanto transitaba se convirtieron en las redes sociales.

Estamos a apenas escasos meses de que se inicie el proceso electoral, con un presidente que se aprovechó de la tarima para, desde el poder y con ventaja, mermar la imagen de los opositores.

En el discurso suena bien eso de defender las libertades y el ideal democrático, pero, en la realidad, hay una firme intención de que los dardos vayan cargados con millones de pesos en apoyos directos.

La campaña de López Obrador no terminó cuando asumió el poder, pero los otros datos dicen que su aprobación también se movió. El desgaste es natural, así como la megalomanía una enfermedad.

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