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La cerrazón mostrada por Morena para la aprobación del Presupuesto 2022 puede convertirse en un boomerang que les complique las cosas una vez llegadas las elecciones. “Quien siembra vientos recoge tempestades”, dice un conocido adagio.

Tras la reconfiguración de la Cámara de Diputados, era de esperarse que el grupo en el poder moderara al menos un poco sus posturas y, al mismo tiempo, abriera mayores canales de comunicación con la oposición y los demás grupos sociales antagónicos. Lo que de verdad pasó, fue todo lo contrario: la estrategia del oficialismo se radicalizó.

La consigna dictada por el Ejecutivo a las huestes obedientes de San Lázaro se siguió con marcialidad y cinismo. El objetivo era no moverle ni una sola coma a la propuesta enviada desde Palacio Nacional, en pocas palabras que el Legislativo se olvidara, a conveniencia del Presidente, de las encomiendas que le dicta la propia Constitución.

Más allá de la nula autocrítica de las diputadas y diputados de Morena y aliados, está el odio ciego y enfermizo en contra de lo que según les han endilgado en las conferencias diarias que tienen, sí o sí, que aborrecer.

Hoy en día, poco se habla del fanatismo y los graves riesgos que este puede traer en ámbitos políticos. En la opinión pública es raro escuchar el término, aunque este fue utilizado de forma recurrente para hablar en el pasado de los seguidores del eterno candidato antes de que llegara a ser Presidente de México. Sin embargo, no cabe duda, de que la actitud sumisa de los legisladores guindas podría, en parte, explicarse por el adoctrinamiento y la veneración al líder.

En el país se dejaron de analizar y discutir las prioridades, ahora solo existen los deseos de un solo hombre. Santa Lucía, el Tren Maya y Dos Bocas se convirtieron en enormes sangrías para las finanzas públicas y, en cambio, el dinero para salud, educación y empleo, sigue a la baja.

Los programas asistencialistas que tanto cacarean no buscan abatir la pobreza sino solo administrarla, estrategia por demás inmoral a la que se aferran para mantenerse a toda costa en el poder. El empadronamiento de pobres para volverlos fieles votantes es reforzado con carretadas de dinero que podría ser utilizado de forma más conveniente si de verdad se quisiera mejorar de raíz la vida de la gente.

Hace unos días, en el contexto de la discusión del Presupuesto, el Inegi dio a conocer un dato devastador: La población perteneciente a la clase media en México pasó de 53.5 millones de personas en 2018 a 47.2 millones en 2020, es decir 6.3 millones menos. Primero los pobres, decían, y al parecer lo están cumpliendo… Al generar más de los que había antes.

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