Las épocas dulces del ingenio Kakalná
El poder de la pluma
Dos épocas de bonanza marcaron al ingenio azucarero de Kakalná asentado en las faldas del Puuc (Sierrita) en el municipio de Tzucacab: la primera desde su fundación en 1825 hasta 1848 cuando el cultivo de caña desaparece casi por completo a consecuencia de la guerra de castas; y otra que se puede ubicar entre fines del siglo XIX y mediados del XX. Etimológicamente K’ak’al nah deriva de k’ak’al, cosa pública o real, y nah, casa: “Casa pública o mesón del pueblo”. El ingenio cierra sus puertas en 1965, siendo gobernador don Luis Torres Mesías.
En los inicios del ingenio, el azúcar se producía de una variedad de caña blanca traída a Yucatán de Las Antillas, conocida como Otahití, que se procesaba en trapiches rústicos de madera. En 1890, los hermanos Duarte Zavalegui, empresarios cubanos y entonces propietarios del ingenio, trajeron de Cuba 60 expertos cultivadores y técnicos azucareros para Kakalná y otras fincas del Sur. Poco después, en 1891, trajeron bueyes habituados a la labranza. También introdujeron una mejor variedad de caña llamada Cristalina (Saccharum Lubridatium) que se sembraba al iniciar la época de lluvias y se molía en trapiches de hierro impulsados por motores de vapor. De hecho, Kakalná fue la primera finca azucarera que implantó en Yucatán modernos métodos para elaborar el azúcar a mediana escala: azúcar blanca, azúcar quebrada, mascabado y panela. Los había de calidad superior e inferior; así como melaza para la preparación de aguardiente.
La actividad azucarera, tanto en su parte agrícola como industrial, tenía una alta significación para la región. Durante más de un siglo, Kakalná junto con Catmís y Thul, fue el eje sobre el que se movió la economía de la zona sur durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX.
El peonaje y la sujeción forzada del campesino maya al sistema de producción cañera fueron arduos y ajenos a sus costumbres, generando descontento; y cuando la fuerza de trabajo resultaba insuficiente se contrataban trabajadores de distintos estados de la república que se conocían como “mexicanos”.
Según algunos registros, y de acuerdo con los testimonios de ex trabajadores, en torno a este centro industrial se desarrolla una población bien organizada; por un lado estaba la fábrica: trapiches, tachos, básculas, motores de vapor, destiladores de alcohol, dos chimeneas, oficinas del ingenio, y trenes Decauville que facilitaban el transporte del producto de los cañaverales hasta la fábrica.
Por el otro, hallamos una serie de edificios públicos, oficinas, una capilla estilo siglo XVII dedicada a San Francisco de Asís, una panadería y tiendas, entre otras construcciones. Existieron cerca de cien viviendas (de tejas y palmas de guano), galerones para albergar a los trabajadores eventuales en épocas de zafra y extensas áreas de plantaciones de caña; aunque la caña también provenía de haciendas del sur y oriente del estado.
Las últimas familias residentes en el ingenio fueron desalojadas en la década de los ochenta por órdenes de su propietario, durante la administración del Dr. Francisco Luna Kan.