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Las más de 200 fiestas patronales han sido un componente clave y persistente de las comunidades rurales yucatecas, son aún formas de expresión y de identificación del pueblo que las celebra y protagoniza. Actualmente muchas de estas celebraciones están siendo severamente impactadas por los procesos de modernización, mercantilización, turistificación y migración que cambian de sentido a las maneras tradicionales de entender la fiesta del pueblo.

La fiesta patronal es síntesis de tradiciones culturales impuestas por los españoles con las de los mayas peninsulares; son una práctica viva que vincula el pasado con el presente. La vaquería, la construcción del ruedo, la bajada del santo, los gremios, los bailes populares y las corridas de toros son elementos que generan una fuerte cohesión social y un gran sentido vivo de continuidad y pertenencia.

En las comunidades mayas, la fiesta patronal ha operado como un elemento más de dominio colonial y ha perdurado quizá porque ha sido flexible, ya que ha añadido intereses y sentidos múltiples y cambiantes. Es de gran importancia económica, pues genera ingresos a todos los niveles: desde los comercios de la localidad hasta las grandes empresas refresqueras, cerveceras, y de entretenimiento.

La fiesta patronal incluye aspectos religiosos y rituales, y también comerciales y paganos que han ido cambiando a lo largo de los años, cambios intensos e irreversibles que afectan a las comunidades rurales. Mientras las autoridades municipales y estatales promueven “la fiesta” como atractivo turístico para la gente de la ciudad y de otros lugares que atiborran al pueblo; los comerciantes y las empresas ven en la fiesta el espacio ideal para ofrecer una diversidad de productos de consumo masivo, comida chatarra (pizzas, nachos, papas fritas, hamburguesas, y una variedad de bebidas azucaradas y alcohólicas), que van desplazando los productos locales.

La etnografía realizada entre mediados y fines del siglo XX ha dado cuenta de las fiestas patronales. El antropólogo Alfonso Villa Rojas nos dice que en Chankom, a las cuatro de la tarde, ya se percibía un ambiente festivo; el clamor de la gente en las calles; la charanga que acompañaba a los toreros al ruedo, y los voladores que anunciaban el inicio de la corrida.

Hoy día, la fiesta del pueblo se ha ido desligando de sus sentidos de comunidad, religiosos y de los ritmos de trabajo habituales para ligarse cada vez más a los nuevos tiempos; al desarrollo de la vida urbana; a la llegada de los migrantes; a la presencia de turistas, pero sobre todo a los intereses de las empresas presentes en las poblaciones.

La hora de inicio de la corrida es por la tarde-noche, potentes reflectores iluminan el ruedo para que toreros y vaqueros puedan hacer sus faenas. Al no permitir “toros de muerte”, tampoco hay carne de res para preparar el chocolomo, comida tradicional ligada al ritual de las corridas. Las vaquerías y los bailes inician a media noche. Muchos adultos lamentan el escenario actual, alejado del sentido original, social, cultural y religioso, aunque resulta interesante y atractivo para los jóvenes que ven en la fiesta un espacio de diversión.

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