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Todo tiene sus límites; el poder presidencial también, incluso el de la primera potencia mundial que sufrió las críticas más unánimes en lo que va de su mandato, como consecuencia de su condescendencia o más bien apapacho a las posiciones supremacistas que, la semana pasada, tomaron descaradamente la calle, con afanes vindicativos, muy cerca de DC, en Charlottesville, Virginia, y que concluyeron, al más puro estilo Estado Islamista, con un atropellamiento masivo.

Lo ocurrido demuestra, aunque la repulsa fue generalizada, que la sociedad norteamericana está dividida, que hay heridas que no han cerrado completamente desde su guerra de secesión y que una minoría se niega a aceptar que todos somos iguales y continúa sosteniendo que son ellos los que tienen el derecho de sojuzgar a todos los demás.

Lo peor es que tales sentimientos convenientemente controlados han sido exacerbados durante la campaña y el gobierno sietemesino de su presidente, que, desesperado por conservar su base electoral, se negaba a condenar el atentado desde una postura imposible de sostener por ser artificialmente neutral y éticamente inaceptable. El costo del exceso gubernamental pretende ser saldado con el despido de Steve Bannon, su asesor estratégico, a quien el propio Trump otorgara un asiento en el Consejo de Estado, que fuera figura clave para insuflar irresponsablemente los sentimientos de descontento y odio, así como los temores de la amorfa masa que le dio el triunfo electoral al magnate.

Así hemos visto caer la quinta carta de la partida con la que el republicano pretendió abrir el juego de su administración, comenzando con Michael Flynn, asesor de Seguridad Nacional, que dimitió a escasos 23 días de su entronización. Le siguieron su vocero Sean Spicer, que abandonó su administración el 21 de julio; Reince Priebus, su jefe de Gabinete, que fue despedido el 28 de julio; el efímero Anthony Scaramucci, director de Comunicaciones de la Casa Blanca por sólo 10 días, y, el 17 de agosto, el radical ultraconservador Bannon, cesado. Quien se hizo famoso como presidente ejecutivo del portal ultraconservador Breitbart News sentenció que (con su salida) la Presidencia está acabada y que habrá todo tipo de peleas (en el gabinete), lo que puede entenderse en dos sentidos:

La plausible, aunque todavía improbable, defenestración de Donald Trump, antes de cumplir su primer período gubernamental, impulsada por el affaire ruso y su aciago desempeño en la política exterior o desde la perspectiva de que se acabará su presidencia tal y como la habían trazado durante la campaña electoral, lo que significaría en conceptos simples que por fin el magnate ha sido completamente domeñado por las instituciones norteamericanas. Demasiado bueno para ser cierto.

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