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Muy lejanos vemos hoy los primeros esfuerzos mundiales por favorecer un desarrollo económico y prosperidad que no comprometan los recursos de las generaciones futuras. La Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, celebrada en Estocolmo en junio de 1972, es ampliamente reconocida como la primera gran conferencia que marcó el comienzo de la conciencia pública y política modernas acerca de los problemas ambientales de alcance global, y significó un punto de inflexión en el desarrollo de políticas internacionales encaminadas a la protección del medio ambiente. Después vendrían el Informe Brundtland, también llamado Nuestro Futuro Común, en 1987; la Declaración de Río sobre Medio Ambiente y Desarrollo en 1992, y muchos otros esfuerzos que allanaron el camino para llegar hasta el Acuerdo de París que hoy está vigente y pretende mantener el incremento global de la temperatura media anual por debajo de 1.5 grados Celsius, reduciendo drásticamente las emisiones de Gases de Efecto Invernadero.

Desde el principio, como hasta hoy, se contrastaba el progreso económico y social con el alto costo que se estaba trasladando al medio ambiente, y esto ocasionaba un enfrentamiento entre los modelos de explotación de recursos, satisfacción de necesidades y generación de riqueza, con la preservación de los ecosistemas y los sistemas naturales que dan soporte a la vida en nuestro planeta. Introducir la variable ecológica al modelo de desarrollo sostenible, definido y mejorado en estas primeras conferencias globales, significaba un freno al progreso económico y social. Es decir, había que sacrificar prosperidad para no poner en riesgo nuestra existencia. Y no todos estaban dispuestos a realizar este sacrificio.

Por fortuna, esta ecuación ha ido cambiando, y a pesar de que continúa siendo difícil motivar a todas las personas del mundo a realizar las acciones encaminadas a enfrentar con efectividad la crisis climática que hoy padecemos, por fin parece que entramos a una etapa en que proteger el medio ambiente es más rentable que no hacerlo. Y en este esfuerzo, las energías renovables continúan llevando el liderazgo de una transformación estratégica, que genera desarrollo y prosperidad al mismo tiempo que cuida los recursos y evita la contaminación.

Siempre ha sido un indicador clave del desarrollo económico la generación de empleos y de acuerdo con el reporte anual 2019 dado a conocer en junio por la International Renewable Energy Agency (Irena), las energías renovables ya empleaban, al cierre de 2018, a 11 millones de personas en todo el globo, y 3.6 millones de estos empleos se adjudican a la industria de la energía solar fotovoltaica. También resulta alentador que un 32% de esos empleos están en manos de mujeres, aunque hace falta mucho esfuerzo para una paridad de género en el sector.
Hoy tenemos muchos motivos para fomentar todos una economía baja en carbono, competitiva y estratégica, que cuide nuestro futuro.

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