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Hace unos dos años, me encontraba en compañía de uno de los abogados mexicanos más sagaces y con mejor reputación en su especialidad, saboreando un delicioso sorbete de mamey en la “Dulcería y Sorbetería Colón” del centro histórico, cuando se acercó una pareja de jóvenes con unos garrafones cortados por la mitad, que utilizaban como instrumentos de percusión para hacer un breve acto “artístico”. Al terminar pasaron por cada mesa del establecimiento a pedir dinero, y decían: “Preferible hacer esto que ponernos a robar”. Mi amigo abogado le extendió a la pareja un billete de 200 pesos.

No pude evitar cuestionarle el motivo de su acto de generosidad, a lo que me contestó: “Es que tiene toda la razón, me convenció con su argumento”.

Este episodio me hizo recordar los días de las estupendas clases de Lógica que solía impartirnos don Pablo Hernández García en las aulas del Centro Universitario Montejo, en el primer año de Preparatoria. Especialmente cuando nos explicaba los diferentes tipos de falacias lógicas que existen, entre ellas la del falso dilema o de falsa dicotomía, que consiste precisamente en presentar dos alternativas como las únicas opciones posibles, cuando en realidad existe un amplio rango de posibilidades, todas ellas razonables, que intencional o accidentalmente son excluidas para no ser consideradas en la controversia planteada.

Así se lo hice ver a mi amigo, señalándole que mucho antes de pensar siquiera en cometer el delito de robo, ese par de jóvenes, fuertes, ingeniosos, con iniciativa, perfectamente podrían considerar la posibilidad de encontrar un trabajo o emprender un negocio, y ganarse la vida de una manera lícita y digna. Me costó mucho trabajo salir de mi asombro, al ver que un abogado de su talla y prestigio cayera tan fácilmente en la trampa que constituye este ejemplo de falacia del falso dilema.

Acabamos de ser testigos del uso, probablemente para generar con premeditación la polarización de la opinión pública, de muy característicos ejemplos de falacias de falsa dicotomía: “Respaldé la decisión de liberar a Ovidio Guzmán para evitar una masacre” o “no puede valer más la captura de un delincuente que la vida de las personas”.

El peligro de este tipo de falacias es que momentáneamente parecen ser argumentos fuertes, contundentes, razonables y convincentes, tanto, que lograron que mi amigo sacara de su bolsa y entregara un billete de alta denominación. Tanto, que de acuerdo con las encuestas más recientes, cerca de un 50% de los mexicanos optaron por no considerar todas las posibilidades que tuvo el Ejecutivo federal, de haber planeado y ejecutado correctamente la captura de un delincuente, y respaldan como buena una decisión que en sí misma constituye un delito a cambio de evitar “miles de muertes inocentes”, como si esa hubiera sido la única alternativa. La otra mitad de los mexicanos, por fortuna, tenemos otros datos.

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