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México busca un líder, lo necesita con urgencia, es un clamor que resuena por todos los rincones. Algunos creen haberlo encontrado y lo siguen, creen en el enunciado de sus objetivos porque suenan razonables, inobjetables: primero los pobres, acabar con la corrupción, transparencia, honestidad, abrazos y no balazos, bienestar para todos. ¿Cómo osan criticarlo sus adversarios, si está luchando por extirpar la corrupción?, ¿cómo, si está viendo por los más necesitados? Entonces construyen una cortina que les impide cuestionar sus métodos y procedimientos, que notoriamente están fallando en conseguir tales metas, que nos está encauzando por un camino equivocado. ¿Hay que cambiar de líder? Hasta este momento, quizás la respuesta es rotundamente que no, quienes alcanzamos a ver la terca realidad que se asoma a nuestros ojos no queremos tener otro líder, simplemente queremos tener uno.

Uno que sea inteligente. No es necesario que arroje un coeficiente intelectual alto, basta con ubicarse por encima del promedio, con habilidad para pensar, razonar y llegar a resultados concretos. Para vencer enemigos como la corrupción, la mentira, la simulación y otros antivalores, requerimos uno con fuertes cimientos y arraigo de valores morales. Uno que comprenda que el servicio es la razón de ser de su liderazgo y que eso lo hará trascendente; que es capaz de comprometerse y eso lo mueve a luchar con tenacidad, venciendo todo obstáculo para alcanzar el objetivo de la causa.

Uno que sea congruente, que lo que piensa, dice y hace tengan correspondencia, que recuerde que un solo acto de incongruencia hace olvidar toda una vida de aciertos. Uno que sea emprendedor, que no permanezca estático, mucho menos que no sepa soltar las anclas que lo retienen en el pasado, que todos los días desarrolle proyectos nuevos, genere ideas, que se imponga desafíos, que acostumbre viajar más allá de sus límites, que se entregue por completo. Uno que genere confianza, pero esa que se gana a pulso, cumpliendo, respondiendo, respetando, atendiendo todo y a todos.

Uno que sea justo, que, conociendo las fortalezas y debilidades de los demás, otorgue sabiamente a cada uno lo que merece, pero que al mismo tiempo sea imparcial y objetivo, que sepa situarse por encima de cualquier circunstancia e interés particular, que persiga la verdad hasta encontrarla dondequiera que esté. Uno que trabaje en equipo, que sea integrador, que promueva la armonía tan necesaria para poder enfocarse en resultados, que con mente abierta coordine la concurrencia de opiniones e ideologías diferentes e incluso contrarias, y que pueda procesarlas con objetividad para generar conclusiones.

Uno que posea una visión estratégica del futuro, que la comunique con claridad, que muestre el destino, que nos desafíe e inspire para alcanzarlo. ¿Puede quien hoy ocupa la posición convertirse en un auténtico y verdadero líder? Muchos aún no perdemos la esperanza de que así sea.

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