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Seguramente cuando has estado atravesando algún serio problema personal nunca ha faltado un bien intencionado amigo que para tranquilizarte te diga: Si tu problema tiene solución, ¿de qué te preocupas?, y si tu problema no tiene solución, ¿de qué te preocupas?

Un estudio de la Universidad de Yale acerca de los alcances de comunicación del cambio climático reveló que 5 de cada 6 adultos creen que el cambio climático es real, está sucediendo y es peligroso. De los 5 que así lo creen, el 62% declara estar bastante o muy preocupado por este problema. Pero al mismo tiempo, la encuesta revela que el 49% de las personas cree que los seres humanos no tienen claro en este momento si seremos capaces de hacer lo que es necesario, un 22% aseguran que no reduciremos el cambio climático, debido a que no estamos dispuestos a modificar nuestros hábitos, y solamente un 6% dijo que la humanidad puede y logrará reducir exitosamente el calentamiento global.

La interpretación de estas cifras nos lleva a pensar que hemos sido muy exitosos en comunicar al mundo la realidad de esta crisis, y en hacer que la gente se preocupe; sin embargo, aún son mayoría quienes han perdido la esperanza de que sea implementada una solución viable. ¿Quizás eso explique que las acciones aún no sean suficientes? ¿Será acaso que las personas, al pensar que no habrá solución, aplican el “de qué te preocupas”?

Para la ciencia, está claro que alcanzar el más reciente objetivo del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC), que pretende limitar el incremento de la temperatura global a 1.5º Celsius, implicaría cambios sin precedentes, muy rápidos, y de largo alcance en todos los aspectos de nuestra sociedad, especialmente un cambio sustancial a nuestros sistemas energéticos como hoy los conocemos, desde cómo generamos energía y a partir de qué fuentes, hasta el modo en que la utilizamos. Enfrentar un problema de gran escala y complejidad impone un desafío de igual magnitud: conducir a una civilización próspera hacia un futuro que se ha vuelto peligroso e incierto debido a los efectos colaterales de su propia prosperidad.

Los insistentes llamados para alcanzar el sueño de una humanidad energéticamente austera, que acepte reducir su calidad de vida, incluyendo el confort térmico y otros satisfactores, o renunciar a un consumismo creciente de productos que se manufacturan, utilizan y desechan, parece estar fracasando. La demanda de energía crece a una tasa mayor que el crecimiento poblacional y se espera que se multiplique aún más en el futuro cercano.

En consecuencia, ¿será que apostar por la abundancia energética sea el camino más viable? Al menos tecnológicamente no es fácil, pero sí posible encontrar suficientes fuentes de abundante energía limpia para satisfacer nuestras necesidades. Aun así, yo soy de quienes creen que debe continuarse, simultáneamente, el esfuerzo de una mayor eficiencia energética.

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