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Desempeñarse como empresario de la industria de la construcción es una actividad no apta para personas que padecen alguna cardiopatía. Aunque también es apasionante, estimulante, desafiante, llena de satisfacciones personales y profesionales, te obliga a crecer como persona, y a veces es divertida. Hacer carrera profesional en la construcción dignifica, genera respeto y buena reputación. Una industria de la contrucción sólida y creciente es cimiento y motor de una nación que está en vías de alcanzar el desarrollo sostenible, estable y duradero.

En México es casi un deporte extremo, una misión repleta de riesgos y amenazas, sujeta a altibajos estacionales, sectoriales y políticos. Un 97% de las constructoras mexicanas son micro, pequeñas y medianas. El 80% de las constructoras del país alcanzan ingresos por debajo de los 4 millones de pesos anuales y ocupan a no más de 10 empleados.

Las constructoras nacionales han sido víctimas y no cómplices de la corrupción generalizada que ha imperado en este sector. Una corrupción que se fue haciendo más universal y profunda, indolente, dañina, que no solo ha significado un acto inmoral, sino que casi ha hecho desaparecer las motivaciones para crecer en innovación, tecnología, calidad y profesionalismo, una corrupción que el presidente ofreció erradicar de la vida pública del país.

Sin embargo, a partir de su arribo al poder el 1 de diciembre de 2018, el Lic. López Obrador decidió, en una injusta generalización, introducir a todas las empresas constructoras del país en un empaque al que colocó etiquetas de corrupción, irresponsabilidad, mala calidad, falta de seriedad y profesionalismo. Nada más alejado de la realidad, las empresas constructoras mexicanas cuentan con un capital humano impresionante, formado adecuadamente en las escuelas de ingeniería y arquitectura nacionales, con empresarios responsables, dedicados y comprometidos con México.

Esta administración ha reducido drásticamente la inversión pública en infraestructura, al mismo tiempo que las escasas y grandes obras las ha puesto a cargo de instituciones que no tienen esta actividad como su vocación, función o misión, como es el caso del ejército mexicano, lo cual, además, es ilegal. Según datos del INEGI, en enero de 2019, el mes siguiente al inicio de este sexenio, el valor de la producción del sector construcción alcanzó los 31,883 millones de pesos, con una cifra de personal ocupado de 500 mil personas, y a partir de ahí ha tenido la caída más pronunciada de los últimos 20 años, para ubicarse en febrero de 2020 en 26,758 millones de pesos, con menos de 473 mil personas ocupadas, convirtiéndose así en el “gansito feo”

El mejor aliado del presidente para eliminar la corrupción, generando crecimiento, bienestar y progreso, somos las constructoras mexicanas. Si lo entiende, aún podemos convertirnos, como en el cuento de Hans Christian Andersen, en un hermoso cisne, pilar fundamental de la grandeza de México.

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