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La mujer moderna tiene, más allá de los viejos límites marcados por el capricho masculino, una misión nobilísima que cumplir: la de hacer rebeldes. Porque en estos momentos la rebeldía es la salvadora del mundo, que se pudre en el pasivismo abyecto.- Santillán/González

El 9 de junio tuve la oportunidad de experimentar una obra unipersonal en línea: “Sonata para Adela”, dirigida por Patricia Estrada sobre la dramaturgia en coautoría de Luis Santillán y Rosa Eglantina González. Esta última también fue protagonista. La obra inicia con un preludio a manera fábula, en el que se cuenta cómo unos músicos extraviados llegan a un pueblo en donde una niña, al escuchar que el pianista toca “Claro de luna” de Beethoven, le comenta: “Aquí todos quieren que les hagan un corrido. A mí me hubiera gustado que me hicieran una sonata”.

Después de esta introducción, una narradora nos relata cómo conoció a Carmen Almazán Nieto, una anciana en apariencia insignificante, pero que tiene mucho que contar. A través de un flashback, pasamos a la primera persona, donde la propia Carmen habla de los motivos por los cuales se une a la revolución en compañía de tres mujeres: Juana, Petra y Altagracia, aunque todas serían conocidas bajo el mismo nombre de Adela.

Utilizando la elipsis fragmentaria como mecanismo narrativo, vamos asistiendo al germen de las “Adelitas” de la Revolución Mexicana, mediante las vivencias de cada una de ellas; paralelamente, el argumento da saltos en el tiempo para presentarnos interludios en los que la lucha armada se equipara al movimiento feminista que arranca en 1912 hasta desembocar en el primer congreso feminista (realizado en Yucatán en 1916 y encabezado por Consuelo Zavala Castillo, Raquel Dzib Cicero y Elvia Carrillo Puerto, entre otras).

Así, estos dos cauces van entramándose, ya que donde la guerra termina la lucha continúa. Las adelitas se vuelven compañeras feministas y aquí una reflexión atemporal nos regresa al inicio, a aquella niña que no quiere un corrido sino una sonata. A pesar de su brevedad (20 minutos) y que la dramaturgia original fue adaptada a la modalidad de teatro en línea el cierre es redondo, aunque el final es abierto y anticlimático, incluso panfletario. Un discurso que se antoja gratuito e innecesario.

El montaje utiliza tres planos y la actriz se mueve entre ellos con soltura, ya sea en primer plano justo frente a la cámara, el segundo donde se encuentra una mesa con utilería o el tercero, detrás de esa misma mesa. El uso de un piano de juguete, un anafre y un cuchillo reviste las acciones, al igual que la música diegética y recursos lumínicos, remarcan las transiciones entre cuadro y cuadro. La asistencia general y la música estuvieron a cargo de Tayde Pedraza; el coaching actoral fue de Karina Eguía; el diseño de vestuario de Ángela Eguía y la escenografía e iluminación por Sergio López Vigueras. La producción fue de Área 51 Foro Teatral desde Xalapa, Veracruz.

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