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“Llegarás alto: general de división y después comandante supremo”, le dice una bruja a Mendoza (trasunto de Macbeth), al tiempo que también vaticina el futuro de Aguirre (Banquo). Ambientada durante la Revolución Mexicana, “Mendoza”, obra de la compañía Los Colochos Teatro, es una reinterpretación del Macbeth shakespereano con dramaturgia de Antonio Zúñiga y Juan Carrillo y bajo la dirección de este último, la cual se pudo ver el viernes 27 de septiembre en el Teatro Mérida, en el marco del Festival Wilberto Cantón.

La configuración espacial puso a los espectadores encima del escenario, conformando un cuadrilátero con virtudes panópticas, encaminada a que el público viviera una experiencia inmersiva y participativa de la puesta en escena. Desde el inicio, un ominoso personaje de una mujer enmascarada extiende una tela blanca sobre el suelo, la cual fue pisoteada por no pocos incautos a medida que la gente iba ingresando. Esta acción performática nos indica que la obra ha empezado incluso antes de que nos demos cuenta.

Pronto resuena una corneta y, de entre las personas, se levantan los actores, quienes toman sus sillas plegables y las golpean al ritmo de una marcha militar. Después las disponen de manera transversal sobre el escenario; esta acción se repetirá a lo largo de la obra, incluyendo una mesa y la tela blanca como únicos recursos de utilería. Esto, aunado a un preciso manejo de luces cenitales, propicia un aura sensorial que nos encamina a la ya clásica historia de pasión, traición y fatídico destino.

El texto, de magnífica factura, está lleno de referencias a Rulfo, con giros lingüísticos y semánticos del habla popular, salpicado de frases y refranes propios de la mexicanidad. A ello se suman los corridos revolucionarios, que abonan a desarrollar el relato y las acciones de los personajes, donde la guitarra, la armónica y las percusiones son constantes a lo largo de la obra, incluso como música de fondo. Y aunque “la lealtad se paga con lealtad”, el infame asesinato a Montaño es cometido al amparo de un foco colgante cuyo movimiento oscilatorio crea un efecto estroboscópico haciendo la escena todavía más perturbadora.

Aquí la tela blanca se prefigura como elemento simbólico: no solo ha sido pisoteada con antelación, sino que ahora está embarrada de sangre, al igual que el piso y las ropas de Mendoza. Rosario (Lady Macbeth) ha logrado su cometido, sembrando la ambición y la vanidad en la psique de su hombre. Hasta aquí llega la tensión dramática de la obra, que luego se diluye ante la extensión de la misma (casi dos horas y media), ya que el trazo escénico se nota un tanto efectista y lleno de imágenes coreográficas que a veces salen sobrando, pues rompen con el buen ritmo del montaje.

El desenlace llega más tarde que pronto, pero se sostiene gracias a unas sólidas actuaciones tanto individuales como colectivas; el corrido de Mendoza termina con unas cervezas que son repartidas entre los asistentes, mientras las palabras de Rosario todavía hacen eco en nuestro imaginario idiosincrático: “¡Fuera, chingada mancha...!”.

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