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“Creo que está oscuro y parece lluvia, dijiste/ y el viento está soplando como si fuera el fin del mundo, dijiste/ y es tan frío, es frío como si estuvieras muerto/ y sonreíste por un segundo...”, se escuchaba en inglés cuando las primeras notas de “Plainsong” reverberaron a lo largo del Foro Sol mientras corría como imbécil para no perderse la primera pieza de “La Cura”.

Y es que, después de 6 años de ausencia, el 8 de octubre la agrupación británica The Cure regresó a México, como parte de su gira de celebración por el 40 aniversario de la banda. Sin ser un fan acérrimo, desde que se anunció la fecha supe que debía estar ahí, pues ningún melómano que se precie de serlo debería perderse de una de las pocas bandas de rock legendarias que continúan en activo.

La epifanía de la letra cantada por Robert Smith se hizo realidad: era un martes nublado y una fría noche en Chilangópolis, pero los dioses del rock se apiadaron de la concurrencia, ya que la amenazante lluvia nunca se presentó. En cambio, Simon Gallup, Jason Cooper, Roger O’Donnell y Reeves Gabrels dieron un paso al frente con sus instrumentos para escoltar a un Smith con sobrepeso y ya sesentón, pero eso sí, hay que decirlo, con la voz intacta.

“Pictures of you”, “A Night Like This” y “Just One Kiss” le siguieron, así como “Lovesong” y “Last Dance”, cortes del álbum Disintegration, que justo este año también cumplió sus 30 añitos. El escenario, sus luces y demás visuales, sin ser una superproducción, eran dignos, y permitieron que nos centráramos pura y llanamente en la música, la cual, gracias a una tremenda ingeniería de audio, sonaba tan potente y nítida como las voces en la mente de un adolescente esquizofrénico.

Poco a poco se desató la locura, ya que The Cure nos envolvió en un hoyo de gusano sónico acorde al diseño lumínico, indicador de que la nave musical había despegado a toda pastilla, y de que solo un despeinado y extraño ser con un ropón negro sería capaz de pilotarla, cuando los cohetes estallaron con “Push”, al igual que las llamas en las pantallas, anunciando el pandemónium que estaba por venir.

Ninguna de las 70 mil almas que atiborraron el coloso se mantuvo incólume ante el influjo de una banda que vino a comprobar que todavía tiene lo necesario para tocar durísimo, oscilando entre rolas del post punk más acido, el gótico y la electrónica hasta alcanzar las edulcoradas melodías del new wave inglés. Después de dos horas se marcharon, dándose a rogar -aunque no demasiado-, pues brindaron un encore que acabó con las rótulas y las rodillas de muchos chavorrucos que bailamos desaforadamente como si no hubiera un mañana, al tiempo que caía chela y agua de rinón sobre el respetable.

Dimos todo cuando “Lullaby”, “The Caterpillar”, “Friday I’m in Love” y “Why Can’t I Be You?” parecían cerrar el concierto, pero el oscuro divo volvió para recetarnos “Three Imaginary Boys”, “Boys Don’t Cry” y otras más, tres horas y 36 canciones después de una fina velada que muchos recordaremos como el toquín donde varios fusibles neuronales se quemaron sin cura alguna...

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