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“Me abandonó, como se abandonan los zapatos viejos...”, tarareaba al rumiar su desdicha, pues demasiadas mujeres lo habían dejado ya por diversas razones, algunas merecidas, otras no tanto. “Bastante difícil es lidiar con una ruptura amorosa, pero ¿además de llevarse tu felicidad que se lleven dinero y cosas? No tienen madre”, gemía mientras apuraba su quinto whisky en la barra de la cantina. Era Navidad y la depresión decembrina asomaba sus horribles fauces.

Pero de pronto, al mirar su reflejo en el fondo del vaso, recordó a la única que había tenido la clase y el estilo para dejarle algo más que una tanga usada y accesorios de maquillaje. Sí, aquella que, a pesar de todo, se había ido con la frente en alto enfundada en sus tacones y en aquella falda corta que tanto le gustaba. La poca fe que tenía todavía en las mujeres se la debía a ella, la incondicional, que no se fue por la puerta trasera como las chachas, sino como las grandes, cortando oreja y rabo.

-Ser abandonado así casi casi hasta da gusto -le dijo al barman mientras pedía otra copa-. Rápido maese, que nomás por aquella siento que me estoy reanimando un poco. -¿Pero qué hizo la susodicha para que la recuerdes así? -inquirió el cantinero. -Si después de todo te mandó a la chingada igual que las demás, de lo contrario no estarías aquí en tu sexta ronda mi estimado.

-No vayas a creer que me dejó un par de aretes, eso lo hacen todas y no alcanza ni para una cerveza, pura fantasía... -sentenció resignado. -No, aquélla se levantó una mañana y se duchó mientras la miraba desnuda por entre las sábanas y la bruma del sueño y se vistió -continuó después de dar un largo sorbo. -Ya sabíamos que era nuestra última noche juntos, la cosa ya no daba para más. Miré sus posaderas mientras cerraba la puerta y seguí durmiendo.

-No le veo nada de extraordinario -replicó el cantinero un poco fastidiado. -Si quieres saber de lo que hablo te invito a cenar esta noche -aporreó el vaso después de beberlo todo de un trago. -Claro, si no tienes planes para Nochebuena... -¡Juega! -brindó aquél.

Más tarde en el departamento, después de varias copas, el barman no podía con la expectativa y presionó a su solitario anfitrión. Éste se acercó a la estufa con pasos trastabillantes y sacó un enorme pavo de doble pechuga.

-Por aquella que al abandonarme fue la única que no me dejó totalmente desamparado en Navidad. Hoy se cumple un año de ese día cuando, todavía crudo, deprimido y con ganas de tirarme desde la azotea del edificio, me levanté de la cama para servirme el último trago antes de quitarme la vida. Entonces abrí la nevera, ¿cuál no sería mi sorpresa al toparme con este magnífico pavo? Ver lo que ella había dejado fue lo único que me salvó la vida.

Ambos comieron hasta saciarse y cayeron dormidos. No fue sino hasta la semana siguiente cuando los encontraron debido al hedor que emanaba del minúsculo departamento. “Veneno para ratas”, escribió el forense en su reporte de la autopsia.

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