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En la entrega anterior miramos cómo Carlos P. Denegri construyó su prestigio periodístico que le abrió la puerta al poder, convirtiéndolo en uno de los líderes de opinión más rentables para Los Pinos. Esta solidez la logró gracias a una serie de reportajes internacionales sobre las guerras en Europa, crónicas magistrales tejidas con su talento para interpretar la política internacional y la libertad para abordarlos lejos de la censura nacional.

Formando académicamente en sus estancias en las embajadas de España y Estados Unidos, eso le brindó una preparación como políglota, en cultura general y una red de contactos nacionales e internacionales enviados por sus compañeros. Esto resultó útil para entrar al círculo de los nuevos ricos, de los herederos de la Revolución Mexicana a quienes les ofreció un espacio mediático para satisfacer sus ansias de presumir sus lujos, riqueza, eventos sociales y complació la curiosidad de los lectores de conocer ese mundo. Así, impulsó las notas de sociales como una nueva fuente de ingresos económicos para él y que aún permanece en varios periódicos mexicanos.

Al entrar al poder, Denegri se invistió de impunidad, cometiendo los atropellos que reseñamos en la columna anterior, aunque esa aura “intocable” dentro de su mundo personal y social se desgastó paulatinamente. En esa primera etapa consiguió un programa de televisión que, pese a su baja audiencia, le redituó bastantes ingresos al llevar a los funcionarios de primer nivel para entrevistarlos. En esta etapa que comprendió el sexenio de Díaz Ordaz ya estaba más enfocado en escribir para los políticos que para sus lectores, lo cual sería una de las situaciones que poco a poco lo llevarían a su ruina.

Aunque a lo largo de la novela vemos cómo el Estado intervenía en las decisiones internas del periódico Excélsior, la compra de plumas y reporteros al incluirlos en la nómina gubernamental (práctica que aún hoy continua), cómo el jefe de prensa te da línea sobre cómo y qué vas a escribir de un tema difícil (la negación de la matanza del 68, por ejemplo) o el pago del “chayote” para insertar alabanzas y desaparecer notas incómodas en los medios de comunicación, una de las mayores fortalezas del libro El vendedor de silencio de Enrique Serna es mostrarnos que el rencor del poder sabe guardar las formas y el tiempo.

Cuando Díaz Ordaz nombró a Luis Echeverría su sucesor (humillado públicamente por Denegri 25 años atrás en una tertulia por desconocer quién es Lord Byron), aprovechó la para destruir al reportero, primero retirando el subsidio gubernamental para su programa televisivo y, luego, desapareciendo sus notas en Excélsior cuando trató de chantajear al regente del DF, Alfonso Corona del Rosal, por unas facturas infladas de construcción; convencieron a Bernando Garza Sada de retirarle la propuesta para dirigir su barra de noticias en Canal 8. Una lectura recomendada para comprender las malas prácticas que prevalecen en el periodismo actual así como una reflexión para devolverle a este oficio su compromiso ético de estar del lado de quienes no tienen voz.

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