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Recientemente tuve oportunidad de mirar un programa llamado El Código del Crimen: el caso de Eva Blanco, que trata sobre la muerte y violación de una joven española de 16 años de edad, el cual tardó más de 18 años en resolver la Guardia Civil. Este documental alojado en la dirección electrónica https://www. youtube.com/watch?v=KpyGEMoSbE0 muestra no sólo la tenacidad de la familia de la niña por exigir justicia, sino también el esmero que el cuerpo policial dispuso para cerrar el caso.

El sábado 19 de abril de 1997 Eva y sus amigas estuvieron en una discoteca de Algete, España; alrededor de las 23:30 horas se retiró a su casa, estaba mal porque había cortado hacía poco la relación con su novio. Una de sus amigas la acompañó hasta unos cientos de metros de su residencia. Eva se despidió de su amiga y se encaminó hacia su hogar. Pero nunca llegó. Un sujeto la interceptó en su camino, la agredió sexualmente y le asestó numerosas puñaladas.

Casi 19 años después, la Guardia Civil tenía muchas líneas de investigación abiertas, muchas hipótesis, pero ninguna certeza, sólo una muestra de semen como principal prueba. Fueron años de revisar una y otra vez el caso, a cada nuevo agente, a cada nuevo capitán, se le pedía mirara el expediente para ver si encontraba algún detalle nuevo, una mirada diferente a la investigación sin lograr resultados.

No revelaré detalles del caso para que miren ustedes esta historia. Sin embargo, sí abordaré un tema interesante dentro de este programa televisivo. Entre las pertenencias de la joven aparecieron sus diarios que registraron su vida amorosa, la escuela, su familia y, como todo joven alguna vez, una serie de dibujos en los márgenes y, en unas páginas, una serie de números repetidos varias veces sin que pudiera nadie descifrar qué era, por tanto fueron revelados a los medios de comunicación para que la ciudadanía ayude a la policía a descifrarlos.

Aquí aparece lo tétrico de este caso, parte del proceso de investigación se tuerce cuando los “noticieros de espectáculos” o de “variedades” intervienen para llenar sus foros de supuestos grafólogos, charlatanes y gente deleznable que con esos números inventaron la historia de que era una niña de la ultra derecha, admiradora del Ku Klux Kan, que fue silenciada por esos grupos secretos o supremacistas.

Aunque el país estaba conmocionado, el caso muestra un proceso que ocurre mundialmente: las víctimas de un ataque sexual acaban condenadas por la sociedad; empezaron a correr rumores de que era una libertina, que era “fácil”, que ella buscó ese destino; en fin, la telaraña de comentarios y opiniones emitidos por esos programas están enfocados en contaminar la opinión pública, crean una hoguera pública que es alimentada con condenas para la víctima, no los asesinos, creando un circo mediático plagado de opinadores en redes sociales que usan esos hechos para enarbolar el estilo de vida “correcto” que quieren para las mujeres, convirtiendo a las víctimas de feminicidio en una parábola del castigo a quien decide vivir su sexualidad sin prejuicios, creando historias inverosímiles para empañar la reputación de las víctimas.

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