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Con el nacimiento de los periódicos, las ciudades (cada vez más descomunales y pobladas) comenzaron a leerse de diferentes maneras, seccionadas, fragmentadas según los gustos de los lectores; así podemos encontrar cultura, política, opiniones, deportes y, por supuesto, la nota roja, en donde cada quien, sumergido en sus propios intereses, ve el pedazo de la realidad que desea.

En este espacio nos detendremos en la nota roja, ese género que muchos consideran un arte menor, producto del morbo o una muestra de la degradación de los valores de una sociedad, otros sólo pasan sus páginas para contemplar la desgracia ajena, averiguar si sus conocidos tuvieron algún problema, sin pensar en el oficio de reportero policiaco cada vez más sobrevalorado y cada vez más peligroso.

Basta recordar qué paso con el famoso blog del narco, aquel portal dedicado a subir noticias ciudadanas, centro de mensajes entre grupos delictivos y una forma de enterarte verazmente de lo que callaban muchos medios. En ese espacio aparecieron pioneros en informar a través de las redes sociales qué ocurría en nuestro país, hicieron una labor tan eficiente que se convirtieron en un objetivo de la delincuencia organizada, que los golpearon hasta exterminar la red de informadores ciudadanos, en donde los más célebres colaboradores del blog acabaron colgados de un puente y la dueña exiliada en España.

Por otro lado, tenemos a los reporteros de nota roja que le otorgan un enfoque humano a las historias que cada día ocurren en los barrios marginales de las ciudades, así hay escritores como Carlos Sánchez en La Ciudad del Soul, Carlos René Padilla en No Toda la Sangre es Roja o Eduardo Monteverde con Lo Peor del Horror, quienes imprimen un sello vital a la razón detrás de un homicidio, de la migración, el abuso y las muertes entre bandas rivales. Reporteros que dieron el brinco a la escritura. Así, Monteverde nos lleva de la mano a través de 15 historias, en las cuales trascienden la atmósfera social, las condiciones del barrio, la supervivencia y el abandono de aquellos que se quedan sin opciones, casos que deja de lado el ajusticiamiento público y nos hacen reflexionar sobre el peligroso contexto nacional mexicano.

Carlos Sánchez y Carlos René son dos escritores que cuentan las historias de sus barrios, enclavados en la zona más álgida del narcotráfico, rodeados de pobreza y oportunidades efímeras. Son breves relatos de aquellos que cayeron víctimas de un cuchillo, una bala o un momento desafortunado; en otros, el sendero de la droga y la locura, el olvido o una condena de muerte. Ellos parten de un mismo principio: ser voceros de las desventuras de sus protagonistas, que, aunque no cambien para nada el curso de la historia, son biografías que tienen que contarse, hacernos ver cómo se multiplican estas situaciones, relatarnos las oportunidades perdidas, no para entristecernos, sino para que reflexionemos en qué debemos cambiar en el país, que nos preguntemos ¿por qué hay tanta gente cuya única opción de futuro es una muerte violenta, convertirse en un objeto sexual o hundirse en las drogas hasta la demencia?

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