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Recientemente disertaba en el Campus Brazos Hall, de la Universidad Estatal de Texas, sobre la situación de las mujeres indígenas en México, usando como punto de partida mi novela Solo por ser mujer.

El impacto de situaciones de discriminación y diversas formas de violencia fue de impresión. Me tocó la difícil parte de evidenciar los diversos formatos que las mujeres indígenas tienen que sufrir diariamente frente a las actitudes machistas y patriarcales de los hombres de su comunidad.

Legislaciones van y vienen, pero este segmento de la población femenina sigue sin protección. A lo largo de mi vida he presenciado el sometimiento de mujeres en el entorno en donde crecí, también he escuchado historias de otras mujeres en diferentes latitudes del país, de vejaciones de todas medidas; el común denominador es ser indígena.

El patrón de sometimiento y discriminación siempre es el mismo. El hombre golpea a su mujer “para que se eduque”.

Quejarse con una autoridad comunal o judicial es cosa de risa, ninguna denuncia procede, como última instancia a una solicitud persistente de castigo, toda autoridad se cubre con el manto de los usos costumbres, donde golpear a una mujer es el signo de quién manda en casa.

El derecho consuetudinario indígena es claro y fatal: “Una vez que una mujer sale de su casa, jamás puede volver, al menos que sea de visita”. Así, bajo esa praxis, no queda otra salida más que soportar.

Los hombres blancos quizás estén más concientizados sobre la importancia de la mujer en la sociedad y hasta se solidarizan con ellas cuando son violentadas, pero no sucede así con el hombre indígena.

Las organizaciones indígenas formadas por hombres prácticamente le cierran las puertas a las mujeres, como ejemplo el Inali (Instituto Nacional de Lenguas Indígenas), de cuya organización prácticamente han desaparecido a las mujeres y académicas de estatura han sido excluidas; otro ejemplo, el Premio Internacional de Literatura de la Universidad de Guadalajara, entregado a académicos indígenas, en su decena de emisiones no ha premiado a ninguna mujer en ningún género.

Por eso la paridad en los órganos de gobierno y legislaturas es digna de aplaudir, aun cuando esta paridad no se encuentre completa, ya que, repasando a la planta de legisladores locales, no encuentro a ninguna indígena, esto tomando en cuenta que la mitad de nuestra población es maya y la mitad de esa población indígena está conformada por mujeres.

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