Humberto Ak’abal
El Poder de la pluma
Hace unos años, en algún lugar de París, departíamos en una cafetería tres mexicanos y un guatemalteco, todos poetas convocados a un simposio de nombre ya olvidado.
La plática tenía como tema la poesía indígena latinoamericana. Un comensal nos tomó, a pedido expreso, unas fotos; escogí unas de ellas, las mandé a ampliar y las enmarqué para presidir uno de mis lugares preferidos de mi hogar.
Ahí están Isaac Esaú Carrillo, Humberto Ak’abal, Irma Pineda y yo.
Es posible la coincidencia pitonisa y agorera, cuando Isaac nos abandonó físicamente, después de semanas de dolencias, soñé con Danzas en la Noche; ya para fenecer enero, caminé una ruta onírica con Humberto Ak’abal en un paraje en donde el trino de los pájaros y el aullido de los monos eran estridentes; el poeta maya k’iche’ declamaba sus poemas revolucionarios y étnicos.
La premonición proveniente de mis genes mayas hizo su trabajo, hoy me he enterado en su muerte en Guatemala; siempre sentí que Humberto Ak’abal no debía quedarse en la soledad de Estocolmo, donde le gustaba residir, el frío no siempre es saludable para los poetas de las tierras cálidas, le decía.
Irma Pineda me ha hablado: “¿Sabes que se murió Ak’abal?”, me dijo.
“¿Quién sigue de esa mesa?”, me preguntó. No sé, le he contestado, yo soy poeta solo en canícula, las demás estaciones del año soy novelista.
Aquí en Yucatán platiqué con Humberto en la última edición de la Feria Internacional del Mundo Maya, su preocupación eran las disfrazadas caras del neoliberalismo interesado en los territorios indígenas, se violentaba por las nuevas formas de discriminación y exclusión que padecen las mujeres indígenas.
Nunca dejó de preocuparse por el futuro de las etnias latinoamericanas, conocía el apetito neoliberal por los territorios vírgenes y plagados de riquezas de los pueblos originarios.
Su poesía es grandiosa, todo lo escribía en k´iche´ y se autotraducía al español; los premios le caían sin su consentimiento.
Renunció al Premio Nacional Miguel Ángel Asturias, como protesta ante algunas críticas anti indigenistas del Nobel autor de Los hombres de Maíz, pero sobre todo por no darle la mano a un sujeto que desde el poder presidencial había masacrado a los mayas de Guatemala.
Su poesía es universal, muy pocos escritores indígenas han sido traducidos tanto a idiomas tradicionales como a lenguajes exóticos, pero nada de todo lo que lleva el ser un poeta reconocido alteró su soberana humildad.
“En fin, escribo para mí, río, lloro y a veces canto. Quisiera ser/ sencillo como un árbol/ Aún menos/ como una tabla”, decía en uno de sus trabajos.
Momostenango, su pueblo natal en Guatemala, lo llora, dice la prensa.
Nosotros los poetas indígenas que lo queremos ya lo extrañamos.