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Alguna vez escuché un cuento sobre un exitoso empresario con corazón de samaritano. Salía por las tardes del edificio de su emporio y recorría los alrededores en actividad social para dotar de nutrida despensa de productos básicos a los menesterosos que vivían en las casas desparramadas en las laderas de sus propiedades.

En todo ese lumpen resaltaba la casa de un hombre en pobreza extrema. Su endeble vivienda lucía limpia y ordenada. El empresario sentía gusto al obsequiarle al hombre su despensa; a fuerza de la frecuencia se hicieron amigos. El menesteroso contaba sus crucigramas de vida, el empresario le confiaba los sacrificios realizados para acrecentar su riqueza. Fueron tantas las confidencias que un día ambos decidieron sellar la amistad. El empresario pensó honrar esa relación tan desigual con una actividad política y económica.

Una tarde, el empresario le dio a su amigo una noticia que cambiaría su vida: “He decidido darte un buen trabajo en mi empresa, ganarás el dinero que te permitirá llevar una vida de holganza”, le dijo. El hombre bajó la cabeza, clavó los ojos en el suelo, dos lagrimones mojaron el piso de tierra de su covacha, mientras decía: “¡Creí que realmente éramos amigos! Yo soy tu amigo, pero todos los que vivimos esta situación también son mis amigos”. Al levantar la cabeza el rico empresario se había marchado, nunca más se le volvió a ver por esos lugares.

Fuera de toda fantasía, la pobreza es difícil de erradicar; las variables son múltiples y cualquier intervención resulta en fracaso. El mismo Mesías cristiano, incapaz de dar esperanza a los desarrapados que lo seguían por comida gratis, les prometió que por su pobreza heredarían el reino de los cielos. En la actualidad la pobreza se relaciona con la desigualdad económica, aunque el corazón se mueve en razón de la desigualdad de capacidades. En el contexto nacional, la pobreza tiene un blanco: el neoliberalismo. Algunos académicos afirman que el neoliberalismo es la cara sucia del capitalismo. La verdad es que en muchos países este modelo económico ya había resultado un fracaso. Este modelo se basa en la privatización de las empresas del gobierno, así se privatizaron bancos, se vendieron los ferrocarriles, se concesionó la explotación de minas y se supeditó a organismos internacionales el desarrollo del país.

El resultado del neoliberalismo fue atroz, la pobreza no se estancó, fue exponencial. La pobreza sigue ahí. La redistribución de la riqueza o las izquierdas socialistas o democráticas o liberales no han levantado puño de triunfo. El asistencialismo procaz convirtió en números electorales a los pobres.

Ahora todo señala el advenimiento de la teoría del bienestar dentro del liberalismo, pero es más de lo mismo, con el inconveniente de erigir un centralismo atroz que se construye sobre la eliminación de la democracia.

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