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El cristianismo fue el arma ideológica de los conquistadores en la búsqueda de dominar el pensamiento de los mayas del ayer. La actividad teológica por sí misma no se justificaba sin lograr la mejor conquista: obtener el alma de los indios, que eran centenas de miles diseminados en un territorio jamás imaginado. Los ojos de los aborígenes mayas contemplaban cómo el blanco avanzaba blandiendo en una mano sus poderosas armas de guerra, mientras en la otra alzaba la cruz en señal de supremacía ideológica. Destruir no conllevaba sentido de culpa, mucho menos dosis de pecado. Si la muerte de miles lograba la conversión de cientos, la muerte tenía justificación.

¿Acaso en el pasado bíblico el pueblo de Javeh no había realizado masacres étnicas en contra de todos aquellos que no pensaban como ellos? El pueblo de Dios estaba por encima de todos, cumplir con su destino de pueblo elegido era tan primordial que destruir y masacrar quedaban como actos generosos en bien de la humanidad.

En Yucatán, la evangelización era el pretexto. En nombre de Dios se destruyeron vidas y valiosos documentos que evidenciaban la cosmovisión de los hombres mayas. Cuando los conquistadores se sintieron incapaces de lograr la conquista a través de las armas, lograron que los misioneros católicos concretaran lo que ellos no pudieron hacer.

La primera vez que los hombres europeos trataron de conquistar Yucatán, fueron derrotados de manera tal que se fueron cabizbajos y deprimidos. La segunda tuvo el mismo final. Muchos historiadores dan cuenta de ello, todo el oriente los rechazó, y les propinó soberana paliza que tuvieron que marcharse al sureste, con su capitán Francisco de Montejo, a pertrecharse y rumiar su derrota.

Como el padre había comido cuero por todos lados, se vio en la necesidad de llamar a su vástago. Confiaba en que la juventud de su retoño fuera suficiente para doblegar a esa bola de indios desarrapados que le habían infligido derrota. Fue en ese momento cuando recurrieron a los misioneros católicos, ellos sin armas y con palabras suaves se incrustaron entre los indios, aprendieron la lengua y de manera sutil les pregonaban la nueva fe. La verdadera, dirían a los mayas que miraban cómo esos hombres de Dios les predicaban de bondades y buenos sentimientos que ellos estaban muy lejos de poseer.

Cuando por tercera ocasión, muchos años después, el conquistador se aprestó para la conquista del bastión que se le había escapado de las manos, el camino ya lo tenía preparado. La quinta columna estaba lista, los Xius, los Cheles y los Peches corrieron a surtir de alimentos a los hombres que buscaban humillarlos y pelearon en contra de su misma raza.

Sin embargo, el maya no entregó el alma, el catolicismo practicado por los mayas actuales dista muchos de los ritos del catolicismo tradicional (Continuará).

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