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Doña Paulina, su esposo e hijos viven en el sur invisible de la ciudad; ella habla muy poco el castellano y entiende bien el tzotzil. Su mansión consiste en un cuarto con paredes de láminas de cartón y techo del mismo material, su piso es de tierra apelmazada por el diario caminar. Dentro de toda su precariedad, afirma con sonrisa en los labios “ser feliz”. Su vecino es don Nolo, domina el maya y el español, él proviene de Nuevo Tesoco, su hijo sufre de una discapacidad motriz y tiene el sueño de que su vástago vuelva a caminar, “por eso nos venimos a la Mérida”, dice. Ambos afirman no tener en sus planes regresar a su lugar de origen. En este asentamiento irregular, colindante con la Guadalupana, existen decenas de migrantes locales o nacionales que han hecho de Mérida su ciudad refugio.

La situación de doña Paulina y don Nolo no es de casos aislados, sino que se replica en diversos contextos; tampoco se puede afirmar que se trata de un fenómeno endémico del país, pues se repite en todos los ecosistemas mundiales, tal parece que los desplazamientos forzados son una situación de moda; dos motivos principales son los causales de las migraciones: la violencia y la pobreza, cuando ambos se conjugan las migraciones se dan en multitudes, los ejemplos son demasiados evidentes y recientes. El problema de la poca o nula visibilidad del fenómeno del desplazamiento y, por ende, de los desplazados repercute en que los países involucrados prestan poca y nula atención a dicha problemática y la tragedia de esta población es casi un hecho cotidiano.

La pobreza, pleitos por tierras y diferencias religiosas afectan directamente a los que menos tienen, cuando migran lo hacen pensando en salvaguardar a la familia, su situación económica no les permite acceder a las zonas plus, así que invaden tierras sin importar que tengan propietarios. Pero también los pudientes migran con sus familias, la mayoría de los condominios, departamentos de edificios recientes y casas de lujo ofertadas en nuestra capital son adquiridos por fuereños que buscan seguridad; en el oriente la venta de ranchos está en apogeo. Los que tienen para pagar, compran a cualquier precio.

Prácticamente Yucatán sufre de una invasión de nacionales y extranjeros, todos cargan con sus patrimonios culturales no siempre aceptados. Este drama humano lo sufren fundamentalmente las personas vulnerables, como las mujeres y niños, y se agrava cuando se suma el componente étnico y de género, produciendo discriminación de raza y clase que incrementa sustancialmente la desigualdad del norte de la ciudad con el sur. Muchas de estas mujeres migrantes trabajan largas jornadas en el servicio doméstico con bajos salarios. No está de más mencionar que las prestaciones son inexistentes y algunas sufren de acoso sexual hasta llegar a violaciones.

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