Las esculturas de la discriminación (II)
El poder de la pluma
La función de un monumento, escultura o estatua es rescatar la historia. Ya sabemos que la historia la escriben los dominantes y la pintan a su modo, creo que esa es la razón por la que erigieron el monumento a la conquista que se encuentra en el Remate del Paseo de Montejo. El Adelantado y el Mozo se solazan de haber quebrado la resistencia que los mayas realizaron en la defensa de su cultura. Por las armas no pudieron, así que recurrieron a la división. Divide y vencerás.
Agrupaciones conscientes del agravio que se cometía en contra de los mayas contemporáneos se cansaron de solicitar la eliminación de infamante ícono del racismo. Todas las autoridades de diversos colores se hicieron las desentendidas: “Ni te veo ni te oigo”. El racismo no tiene medida, se justifica a sí mismo y cuando se trata de evidenciar la supremacía recurre a los intelectuales racistas.
Nadie duda de la sapiencia de Eligio Ancona, pero su mejor título: La Cruz y la Espada, es un canto a la denigración de los indígenas mayas; este autor tratando de ocultar su racismo, coloca en boca de sus protagonistas denuestos en contra de los “sanguinarios, idólatras, salvajes e ignorantes”.
A veces sus comentarios saltan y se escabullen demostrando su estructura ideológica discriminante y racista.
Por fortuna ninguna estatua recuerda su nombre en el Paseo de Montejo, pero quien sí tiene nicho en esa avenida es Justo Sierra O’Reilly, su estatua fue impuesta por sus correligionarios que lo consideraban el ideólogo del racismo y fue la primera efigie en la columna vertebral de la ciudad. Por si alguien duda del odio que profesaba religiosamente hacia los aborígenes, baste citar sus palabras: “Yo quisiera hoy que desapareciera esa raza maldita y jamás volviera a aparecer entre nosotros”. Así o más claro.
En Guatemala sucedió algo muy parecido: Miguel Ángel Asturias, Premio Nobel de Literatura, en su tesis para optar a título universitario, denigró a los indios kiché, los rebajó a la categoría de animales; el poeta Humberto Ak’abal hace algunos años renunció por eso al premio que lleva el nombre del escritor. Los defensores del laureado con el Nobel dijeron que Asturias no era racista, la racista era la sociedad en la que se había desarrollado.
Creo que el racismo, como la violencia, se aprende, nadie nace siendo racista, pero el entorno favorece esta patología social y sobre todo cuando instancias del gobierno la promueven, de forma deliberada o no, con sus conjuntos escultóricos de supremacía.
Si queremos una sociedad reconciliada en la convivencia hay que empezar por borrar los símbolos de la opresión. Después de todo la fuerza de la riqueza está en los mayas contemporáneos. ¿Qué sucedería si se promoviera un día sin mayas en el trabajo?