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Cuando, como en México, la libre compra-venta, en especial de la mano de obra, lleva al grueso de la población a permanecer en la pobreza generación tras generación, se hace evidente que el libre mercado es incompatible con la democracia. Esto en el pasado sirvió para la implantación del modelo económico neoliberal, al dar acceso a la población en pobreza a beneficios materiales directos, mientras se desmontaban las capacidades económicas del Estado.

El Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol), de Salinas, nació con ese objetivo central. No se trataba ya de seguir falsificando resultados electorales, sino de lograr que la mayoría de los electores votara en función de esos pequeños beneficios inmediatos, ignorando cualquier perspectiva de mediano plazo. El objetivo era lograr una economía que generara grandes capitales a partir de la concentración de la riqueza. Éste se logró a plenitud, por lo que, durante tres décadas, al tiempo que la economía prosperaba, más gente se veía reducida a la pobreza.

En el momento actual, el proyecto de incremento y conservación del poder de López Obrador mantiene esa forma de incidir en la voluntad popular.

Si bien el presidente nunca ha sido un fanático de la limpieza y de la legalidad electoral (véanse los procesos internos en que participó o que dirigió en el PRD), su apuesta política es a mantener un respaldo electoral realmente mayoritario. En ese sentido, al igual que sus antecesores, está tejiendo una red de distribución de muy pequeños beneficios materiales directos a la población en pobreza, de la que por tanto podrá esperar un apoyo electoral incondicional.

En este proceso destacan tres cosas. Primero, que la adulteración de las elecciones ya no volverá a ser la que era hace treinta años, cuando directamente se falsificaban los resultados, sino que se mantendrá como ha venido a ser posteriormente, intercambiando pequeñas entregas materiales por votos. Ya no se vulneran ni el secreto, ni la individualidad del voto, sino su autenticidad.

Los clientes políticos no votan auténticamente por uno de los proyectos en debate, sino por el que diga quien les entrega dinero.

Segundo, que la voracidad de los grandes capitales llevó a la pobreza a tal cantidad de personas que se sentaron las bases funcionales para dirimir el poder en elecciones gravadas por la mayor o menor capacidad del gobierno de construir redes clientelares.

En el pasado, sin embargo, estas redes no siempre sirvieron para lograr triunfos electorales. Ya veremos cuán eficaces resultan las del tabasqueño.

Tercero, que la inmediatez de las acciones de gobierno evita la implantación de programas sociales reales, capaces de romper el círculo de reproducción de la pobreza.

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