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Fundar tiene un especial atractivo para las personas, en muy distintos aspectos de la vida. La idea entera de los récords deportivos se basa en eso. Resulta emocionante ser el primero en lograr algo. A diferencia de los deportes, en la vida diaria, en la academia y en la política los registros suelen ser mucho más difusos. Hasta hace algunos años, por ejemplo, los reyes del carnaval de Mérida eran, invariablemente, Fulanita I y Menganito I, hasta que alguien decidió eliminar los números: era difícil saber cuándo alguno se repetía. En la academia, pese a que tendría que ser de otra manera, ocurre algo similar. Infinidad de estudios de asuntos menores reclaman tener un enfoque único, un tema fundador o ser los primeros en lograr algo grandioso.

Recurrentemente, sin embargo, esas primeras veces lo único que revelan es que se estudiaron mal los antecedentes.

En la política, inaugurar parece ser una gran virtud. “Es la primera vez que un gobernador duerme en este municipio”, “por primera vez un presidente de la República toma agua de coco con chamoy en el malecón” y otras cosas, igual de frívolas. En todos los terrenos, muchas primeras veces resultan de una ignorancia sin inhibiciones.

Hoy en el debate entre personas, especialmente en relación con López Obrador, esa misma ignorancia nutre los ataques hacia las disidencias, pero con un sentido profundamente negativo. Algunos alcanzan auténticos niveles de campeonato: “Se quejan de la muerte de la gobernadora de Puebla y su esposo, pero cuando asesinaron a los 43 de Ayotzinapa nadie dijo nada”, “Ahora sí protestan, pero cuando gobernaba el PRI no había oposición”. En estos casos, no se celebra que los quejosos inauguren una línea crítica, sino que se reclama que antes hubieran soportado todo y que con el nuevo presidente desatan una crítica bastarda. Este género de respuestas se ha difundido muy ampliamente, hasta convertirse en un ariete reglamentario de los defensores automáticos del tabasqueño. Para ellos, lo importante no es debatir el ejercicio de gobierno, sino descalificar cualquier objeción a él.

El resultado de esta dinámica es lamentable. Por una parte, se pretende que cualquier crítica es producto de la corrupción de quien la hace, pues el virtuosismo del presidente se tiene por fuera de toda duda; por la otra, abona a generar un clima de desprecio por todo hecho y lucha anterior al ascenso de éste. El resultado es profundamente irritante para quienes, como quien la presente escribe, hemos sido críticos y opositores de los distintos gobiernos, desde que López Obrador hacía méritos en el PRI para ser premiado con diversos cargos.

La oposición activa y la crítica militante son condiciones de cualquier democracia; golpearla e inhibirla no es un servicio a la patria, sino un esfuerzo por fraguar un nuevo régimen autoritario.

Está por verse el rumbo por el que la sociedad mexicana optará.

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