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Una proporción importante de los mexicanos hemos tenido el privilegio de poder confinarnos, en mayor o menor medida, en nuestras casas. Otros no lo han podido hacer, por necesidades económicas muy principalmente, y otros más han visto intensificarse sus actividades y su riesgo de contagio al Covid-19, destacadamente las mujeres y hombres que trabajan en los servicios de salud. Sin embargo, la casi totalidad de la población ha visto profundamente alterada su forma de vivir. Esta condición extraordinaria está generando cambios notables en la forma de convivir de las personas, incluyendo sus formas de comunicación, y dentro de ellas los procesos con los cuales los mexicanos nos enteramos y difundimos lo que pasa en nuestro entorno individual y colectivo.

Lo más evidente, me parece, es que el confinamiento no significa incomunicación. Ciertamente esta cuarentena no tiene un efecto de aislamiento ni de lejos comparable con el de las impuestas como resultado de la influenza, hace poco más de un siglo, y en algún sentido su resultado podría ser inverso. El teletrabajo, que no son vacaciones, ha representado una enorme ventaja laboral para muchos: no transportarse, ahorrando, en general, entre tres y doce horas de tiempo personal a la semana, sin contar el chafireteo de los hijos. Puede parecer poco hasta que los amigos profesores, por ejemplo, atiborran la plática del juats con 253 mensajes a las 10 de la mañana y que además, a juzgar por los diálogos, han sido puntualmente leídos y respondidos por una porción importante de los integrantes del grupo. La idea moralista de que el uso de celulares inteligentes aísla a las personas ha rodado por tierra ante la evidencia proporcionada por la cuarentena. Quienes hoy disponemos de más tiempo nos comunicamos con mayor intensidad con una más amplia diversidad de personas que antes.

Pero más allá del frívolo y divertido intercambio de memes, la información socialmente pertinente también, creo observar, ha intensificado su flujo. Esto se suma a un cambio importante en las condiciones del ruido noticioso. El centro de la atención social se encuentra en la epidemia, pero ésta, a su vez, ha resultado en la mortandad generalizada de eventos políticos decorativos, desde inauguraciones de todo tipo, hasta repartideras de juguetes, globos, sartenes y delantales por grillos de todo corte. No me atrevo a concluir que esto pueda tener como resultado una mayor atención social a las cosas que importan, aunque personalmente disfruto el no tener que navegar esos fangos en la búsqueda de información pertinente. Tengo sin embargo la certeza de que la intensificación del consumo informativo a través de internet observada en esta crisis es un cambio que permanecerá. Los nuevos hábitos comunicativos sobrevivirán a la pandemia.

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