¿Por qué compartir la lectura?
Verónica García Rodríguez: ¿Por qué compartir la lectura?
Nos han dicho hasta en la sopa que todos debemos leer, y hemos visto pasar una serie de iniciativas —unas más exitosas que otras— para que, sobre todo, los niños y jóvenes, lean. Podríamos hacer una lista de los spots: “los libros son nuestros amigos”, “la lectura nos lleva a otros lugares y tiempos”, pero estas no son más que frases trilladas carentes de veracidad. En realidad, pocas veces nos indican el efecto concreto que la lectura puede producir en nuestra vida.
Tenía veinte años, aproximadamente, cuando una noche de tantas, leyéndoles en voz alta a mis hijos recuperé la memoria y encontré nuevamente mi conexión con la lectura, me reconocí lectora disfrutando cuentos infantiles de Andersen, Perrault y Wilde, que posteriormente se convirtieron en novelas juveniles, y a mí me llevó al mundo de la literatura.
Lo que parecía una práctica maternal me impulsó a retomar mis estudios. Me convertí en una mamá con uniforme y, después, en una mamá sola con tres hijos que tomó el pecaminoso rumbo de escribir.
De ser una mujer silenciada, invisibilizada y recluida en casa esperando lo poco o mucho que su esposo podía —o decidía dar—, me convertí en una profesional, independiente, autónoma y empoderada. Sin darme cuenta, la lectura había transformado mi vida.
Un día, Elena Poniatowska nos dijo en un taller: “si quieren encontrar historias, vayan a la cárcel”. Y con ese objetivo, entré al Cereso de Mérida el 8 de marzo de 2015, buscando historias para contar. Sin embargo, encontré mujeres con muchas historias y una gran necesidad de contarlas, así que iniciamos un taller de escritura femenina.
Pero, como la escritura y la lectura son un binomio inseparable, la hoja en blanco hizo su trabajo. Entendí que tenía que compartir lo que yo misma había experimentado, y esto me convertía de coordinadora de un taller literario a una mediadora de lectura. Fue necesario incorporar libros y atender una dinámica diferente que acercó a otras mujeres, a quienes leer también les cambió la vida. Hubieron libros más leídos que otros, como Vagabunda, de Luis Spota; libros que se leían en la clandestinidad de la noche, para que nadie viera, puesto que, al principio, leer las vulneraba. Después, libros eran solicitados, incluso desde el aislamiento; unas les leían a otras que urdían hamacas o tejían. Años después, fuera de prisión, algunas siguieron leyendo y escribiendo; incluso, una de ellas tomó la estafeta y volvió cada semana.
Definitivamente, compartir la lectura es un acto de amor para con la vida, consigo mismo y los otros, no porque sea necesario para alcanzar cierto nivel de conocimiento, lenguaje o estatus; sino porque leer nos permite descubrirnos a nosotros mismos, conocernos un poco más, y esto puede cambiarnos y transformar nuestro entorno. La experiencia de leer, si bien es completamente personal, sirve de pretexto para generar lazos, redes y crear comunidad, así como espacios interpersonales inolvidables. Es también un acto voluntario, porque la lectura sólo puede darse de forma libre puesto que es semilla de libertad. Si tendemos el puente, la lectura hará su propia magia. Al final de cuentas ¿Quién no quiere ser libre?