Para que los jóvenes lean
Verónica García Rodríguez: Para que los jóvenes lean
¿Se acuerda usted cómo le enseñaron que debía leer? Seguramente, le dijeron que debía sostener el libro con la mano izquierda en el lomo y con la derecha, darle vuelta a las páginas; siempre en espacios iluminados, con la espalda pegada al respaldo de una silla y los codos sobre una un mesa. Evitar leer con hambre o con sed, tampoco después de almorzar, pues la digestión causa sueño. Nunca de pie, en un auto en movimiento o recostados; en fin, la lista es extensa y, a pesar de que son buenas recomendaciones, se han convertido en obstáculos para quienes aún no descubren el placer de leer, ya que con el ritmo de la vida actual es difícil lograr un momento con todas estas características ideales; la mejor opción siempre será no leer.
La escuela, gestora de grandes motivaciones, con la lectura se ha equivocado, es responsable de la fobia de los jóvenes a la lectura; sobre todo, cuando ésta se presenta, no sólo como obligación, sino un castigo. “Te portaste mal: ¡A la biblioteca!”.
Daniel Pennac nos propone, como un revés a todas estas obligaciones que la escuela nos ha impuesto, diez derechos que como lectores podemos ejercer:
1. El derecho a no leer
2. El derecho a saltarnos páginas
3. El derecho a no terminar un libro
4. El derecho a releer
5. El derecho a leer cualquier cosa
6. El derecho al bovarismo
7. El derecho a leer en cualquier sitio
8. El derecho a hojear
9. El derecho a leer en voz alta
10. El derecho a callarnos.
¿Cómo plantearles esto a los jóvenes, a mis hijos y a mis alumnos? No faltará alguno que haga valer su derecho a no leer. Sin embargo, el peligro reside en el riesgo de la libertad. Nada produce mayor satisfacción que un poco de libertad en un contexto represor, como es la escuela para los alumnos o el hogar para los hijos. Hacerlos conocedores de sus derechos y respetárselos será reconocerlos como lectores.
En una ocasión puse en práctica los Derechos del Lector, en una clase de secundaria, tres jovencitos se negaron a leer La mujer que no, de Jorge Ibargüengoitia. Cuando las risas y comentarios entre sus compañeros fueron surgiendo creando un ambiente de complicidad entre quienes leían las escenas subidas de tono, aquellos que hicieron valer su derecho a no leer comenzaron a intrigarse y a querer saber lo que causaba la excitación en el salón. Por supuesto, debieron mantener la decisión que tomaron, pero después recurrieron a leer el cuento.
Esto ilustra que el riesgo a la libertad en torno a la lectura en el aula o en un grupo de adolescentes sólo pude traernos buenas consecuencias, si elegimos el texto adecuado y si hacemos divertido el momento de leer.
A nadie le gusta quedarse fuera del juego.