Una lectura de Marshall Berman

Verónica García Rodríguez: Una lectura de Marshall Berman

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El modernismo de modo marxista, según la interpretación de Marshall Berman, plantea que lo que se percibe como la “decadencia occidental” de la vida moderna es en realidad las energías, los deseos y el espíritu crítico de sus propios pueblos: “Cuando la venda es quitada, el espíritu modernista es una de las primeras cosas en aparecer: es el retorno de lo reprimido”, como en la rebelión del trabajador industrial cuando se cansa de ser objeto de explotación. Esta crítica aparece como parte del proceso dialéctico de Marx que impulsa al individuo criticado a la contradicción de sí mismo y a superarla, transformando tanto la crítica como a sí mismo. Esta percepción de Marx es una contradicción a las esperanzas radicales.

Es verdad que Marx alaba la burguesía en un principio de su Manifiesto, pero a su vez, de acuerdo a su dialéctica, serán estas mismas virtudes, estas mismas energías liberadas, que finalmente la enterraran, pues el desarrollo lleva consigo la crisis y el caos. “Todo lo que la burguesía construye es construido para ser destruido” dice Marx, he ahí que “todo lo solido (maquinas, talleres, pueblos, ciudades) está hecho para ser destruido”.

De esta manera, en medio de la desolación que producen los efectos deshumanizadores de la modernidad, Berman encuentra en Marx una pequeña esperanza, que es reconocer los mecanismos de la burguesía para la apropiación del pueblo, de modo que este use esas “energías” para su propia transformación, quizá como una nueva interpretación del Frankenstein de Shelley, en tanto que el hombre objeto, se rebelaría a su creador: la burguesía. Sin embargo, el mismo Berman se hace las preguntas que ya el lector se ha formulado “¿cómo puede Marx hablar del proletariado como una clase de hombres nuevos, singularmente capacitados para trascender las contradicciones de la vida moderna?... ¿Cómo puede esperar que haya alguien que trascienda todo ello?” (Berman: 118).

A casi más de un siglo de distancia, la tesis de Marx no se cumple y quizá nunca lo haga, pero seguimos viendo como todo lo sólido se desvanece en el aire una y otra vez, y a una velocidad sin precedentes, las estructuras económicas, políticas, religiosas, de género, y de más, están en constante movimiento, en constante contradicción y transformación. Sin embargo, lo que todavía prevalece es el poder del capital sobre trabajo de las masas y enajenación de la sociedad, mientras el artista lucha entre su compromiso social y su situación de hombre objeto en el que se ha convertido, junto con los hombres y mujeres de ciencia, que contradiciéndose a sí mismos, hace mucho que son parte del juego mercantil de ser rentables, “vendiéndose al detalle”, para poder subsistir.

Marshall Berman señala que “es este espíritu a la vez lírico e irónico, corrosivo y comprometido, fantástico y realista que ha hecho de la literatura latinoamericana la más excitante del mundo actual y también el que los escritores latinoamericanos escriban desde el exilio en países europeos y estadounidenses” (124). Al final de cuentas, cada uno de nosotros seguimos siendo tan sólo una parte de alguna faceta de la vida actual, en la que nos arrastra la vorágine que aún sigue girando.

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