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Tenía ocho o nueve años cuando empecé a percatarme de las costumbres de mi familia cuando estas fechas llegaban. Mi mamá siempre decía que la semana mayor representaba tiempo para guardar, para recordar el sacrificio que el Salvador había hecho en la cruz, con la finalidad de amparar al mundo de sus pecados.

Entonces los días transcurrían en la iglesia, con un intenso paseo literario entre las páginas del libro de los libros, La Santa Biblia, a través de ella, los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan explicaban a los creyentes y lectores la travesía de Jesucristo por esta tierra.

Fue al llegar a la adolescencia cuando descubrí que cada uno de los autores de esos pasajes se referían al mismo relato, a la misma persona, todos ellos hablaban de la vida de Jesús de Nazaret, pero cada uno lo hacía de un modo particular, único y diferente.

Para ese entonces yo era consciente de lo mucho que disfrutaba perderme entre las páginas de los libros, no buscaba sabiduría, tampoco era por arrogancia, y aunque suene ilógico jamás era con el afán de aprender, simple y sencillamente era una curiosidad intensa, por conocer lo que piensa quien ha escrito algo. Buscaba descubrir la manera en que la persona detrás de las páginas vivía la vida, cómo percibía la realidad, esa misma que lograba transmitir sus ideas y sentimientos a través de un montón de letras que cualquiera en un tiempo posterior pudiera atesorar.

La Biblia me traía mensajes de muchos años atrás, me contaba qué creía esa gente, en qué confiaban esas personas, me mostraba la fe inquebrantablemente firme que poseían en su interior, por ello la denomino el libro de los libros, porque es una gran obra que compila información de muchos años, con páginas que transmiten costumbres y tradiciones llenas de misterio. Es para mí el libro de los libros porque en su interior esconde más de 60 libros dependiendo de la versión de que se trate, la católica tiene 73 y la protestante 66.

El tiempo que pasé leyendo la vida de Jesucristo desde la perspectiva de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, hizo que mi curiosidad lectora despierte un poco más, porque encontré que el modo en el que cada uno de ellos expresó sus relatos permitía mirar desde distintos ángulos un mismo suceso y con ello conocer el carácter de quien escribe, sus debilidades y virtudes, es como una magia entre las letras.

Dicen que no se sabe si en realidad ellos fueron los autores, también cuentan que hay varios evangelios extraviados y otros que han sido encontrados y escondidos porque revelan datos que no se quieren dar a conocer.

Tiene algún tiempo que no abro el libro de los libros, pero cada vez que estas fechas transcurren me acuerdo de los cuatro evangelios y llegan a mi mente todas esas narraciones que Mateo, Marcos, Lucas y Juan dejaron plasmadas entre páginas, regalando al mundo un poco de la cercanía que tuvieron con Jesús de Nazaret.

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