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Se nos ha enseñado que la perseverancia es una gran virtud, sabemos que para tener éxito es necesario persistir, a pesar de la adversidad; ceder no es la mejor opción y abandonar el camino, menos.

Y eso es algo bueno, mantenerse firme y constante permite a la persona una gran fortaleza, un crecimiento indiscutible que le ayuda a levantarse cuando siente que ya no puede más. No se llegaría a ninguna parte sin el esfuerzo y la dedicación, dos pilares fundamentales para prosperar en la vida.

Pero no siempre es bueno ser tan persistente, existen situaciones, que a todos nos toca vivir, tarde o temprano, en las que estamos convencidos de que algo no está bien. Nuestra mente y nuestro cuerpo se encuentran perfectamente capacitados para avisarnos, para mandar señales de auxilio, alertas que invitan a abandonar el campo de batalla, a levantar la bandera blanca y dar permiso a la rendición.

Cuando te rindes ante algo o alguien, te conviertes en un desertor, en términos comunes podrás ser considerado como un cobarde, un fracasado que no alcanzó a llegar a la meta. Tal vez te señalen como una persona débil que no se esforzó lo suficiente, dirán que eres un individuo que no supo cumplir con sus objetivos y se dejó vencer, pero no hay que olvidar que en ocasiones los fracasos son los perfectos escalones que te dirigen al éxito.

Debes estar alerta para reconocer el momento en que llegó la hora de rendirte, es casi seguro que te darás cuenta, lo podrás sentir, será justo cuando descubras que toda tu lucha ha estado invertida en una labor, causa o situación que se está volviendo inútil, te sentirás agotado, desorientado, tal vez percibas un vació o una incertidumbre inexplicable.

En el fondo, la demanda de la permanencia y la perseverancia tratarán de impulsarte para dar un poco más, te recordarán que si abandonas el camino te conviertes en un cobarde, te restregarán en la cara que rendirse es algo vergonzoso, que es cosa de débiles, pero recuerda que, aunque de acuerdo al comportamiento humano, renunciar es algo negativo, también se ha demostrado que la rendición es una gran estrategia.

La perseverancia tiene sentido cuando descubres que está funcionando, pero como versa una frase de John A. List, “la determinación mal dirigida es la peor cualidad que una persona puede tener”. Entonces, ¿de qué sirve perseverar si has descubierto que por allí no era el camino?

El tiempo es oro, por ello debes recordar que, en ocasiones, “tirar la toalla” no es un comportamiento miedoso, sino una táctica sensata.

La periodista Julia Keller, autora del libro Rendirse, una estrategia de vida, lo explica de esta manera: “Si te permites renunciar cuando te ves obligado a hacerlo, amplías tus posibilidades de vida. Demuestras que crees en la abundancia, porque renunciar se trata del mañana, de la capacidad de cambiar, una y otra vez, tan a menudo como te veas obligado a hacerlo”.

Entonces, quiero recomendarte que no romantices la perseverancia en todos los casos, porque habrá situaciones, circunstancias o momentos, en los que será necesario darse por vencido, haciendo válido y real, aquel proverbio que dice: “No importa cuán lejos hayas avanzado por el camino equivocado, regrésate”.

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