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Esperamos mucho de algunas personas, y tal vez somos injustos al hacerlo, ¿qué nos hace pensar que los demás nos deben algo?, ¿en qué momento asumimos que es responsabilidad de otros cumplir con nuestras expectativas?

Sucede a menudo cuando, por voluntad, invertimos en alguien, aspectos que consideramos valiosos, puede ser tiempo, amor, gentileza, lealtad, y otros gestos que percibimos como dignos de ser correspondidos.

Entonces, cuando ocurre lo contrario, nos sentimos defraudados, traicionados y ninguneados. Eso es incorrecto, ante estas situaciones es preciso recordar que cada quien ofrece lo que es capaz de dar, “no pidas peras al olmo”, dicen por allí, y tienen razón…

¿Por qué motivo se pretende obligar a otro ser humano a actuar y proceder como nuestra manera personal de ser y pensar nos dice que es correcto hacerlo? Hace unas semanas, mientras platicaba con alguien que considero de mucha confianza y amplio criterio, el ir y venir de palabras que bailaban durante el ameno diálogo, trajo una afirmación de boca de esta persona que ocasionó chispas en mis pensamientos, yo creo que su comentario logró llegar a mi alma y corazón.

Luego de aseverar, continuó platicando, pero mi mente, que está acostumbrada a hacer su santa voluntad, decidió perderse en la importancia de la frase que este individuo acababa de depositar en mi memoria, seguro fue la de largo plazo quien decidió colocarla en sus filas.

“No hay que juzgar desde nuestros propios valores”, dijo. Al siguiente segundo sólo miré cómo gesticulaba platicando, mientras tanto, en mi mente aparecieron interrogantes, esas que son molestosas, y no se callan, hasta que se les brinda respuestas que las dejan convencidas.

Pensé una y otra vez lo que expresó, y tengo que aceptar que fue muy acertado el comentario, respecto a la plática que compartíamos, también debo confesar que, por enmarcar su acotación, para llevarla al pasillo de frases que debo recordar hasta que Diosito decida llevarme, terminé ignorando el final de nuestra plática.

Al final, me retiré del sitio, mientras mis pensamientos le explicaban a mi criterio que algo de lo que se acababa de colar en nuestra mente podría ser útil; mis recuerdos no tardaron en hacerse presentes, son los perfectos metiches, siempre permanecen al acecho, esperan el momento más inoportuno para salir en escena y como es costumbre, les encanta traer de la mano a la nostalgia y la melancolía.

Esa noche, mientras conducía de regreso a casa, me cuestioné las veces que había juzgado a otros desde mis propios valores; también pensé en la cantidad de ocasiones que me había sentido ofendida porque alguien no había reaccionado o actuado de acuerdo a mis expectativas.

Intenté calmarme, me expliqué que cada día se aprende algo nuevo, me di palmaditas imaginarias al hombro, pero también me dije y recordé que los compromisos y expectativas sólo aplican para mí misma; que nadie me debe nada, que la única persona responsable de mi felicidad soy yo, y que si hay alguien con quien debo renovar votos de manera constante, es conmigo misma. En esta ocasión no me inspiré en algún libro, pero seguramente pronto encontraré algún ejemplar que me amplíe el panorama en cuestión, porque siempre existe un libro adecuado.

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