La leyenda de la esquina del zopilote

Carlos Evia Cervantes: La leyenda de la esquina del zopilote.

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En el pasado le dieron nombres a muchas esquinas de la ciudad de Mérida y casi todas ellas tenían una historia, leyenda o anécdota que explicaba el apelativo. Una de ellas es la que corresponde a la esquina de la calle 65 en el cruce de la 70, llamada “El Zopilote”. La leyenda es la siguiente, según Eduardo Amer.

En la época colonial habitaba en esa esquina el ex militar don Íñigo de Arzate Pantoja y Peñaloza, nativo de Andalucía. Tendría unos cincuenta años de edad, siempre vestía de negro, encorvado, con una gran nariz aguileña, abundante barba y bigotes puntiagudos. Era un sujeto solitario y salía de su casa al anochecer. El tendero de una esquina cercana y el tabernero de la cantina que estaba a unos pasos de su casa, eran los únicos que habían conversado con él.

El misterioso personaje les contó que estuvo en la milicia en el Perú. Afirmaba que la crueldad contra los incas fue inaudita y que él mismo había matado a muchos indígenas rebeldes.

Cuando se retiró de la milicia se dedicó al comercio, por lo que viajó con frecuencia al sureste asiático. En una ocasión, fue sorprendido por un tifón en altamar, entonces su barco zozobró en Nueva Guinea. Durante su estancia en esa tierra, convivió con caníbales y también practicó la antropofagia. Íñigo le cogió gusto a la carne humana.

Cuando estuvo en Perú, un brujo inca le regaló un polluelo de cóndor que sólo se alimentaba de carne humana. Cuando mataba a los nativos, llevaba los restos a su cóndor. En Nueva Guinea, el ave, ya era un animal cuyas alas extendidas medían cuatro metros, capaz de levantar a un humano de poco peso.

Pasado un tiempo de que Íñigo vivía en Mérida, empezaron a desaparecer niños que salían a la calle por la noche. La gente señalaba que los infantes simplemente desaparecían. Los vecinos del personaje empezaron a sospechar de él, pues por las noches en su casa se escuchaban unos espantosos graznidos de un pájaro. Hubo un curioso que logró mirar por dentro de la casa y dijo que vio a una enorme y horrible ave dentro de una jaula que producía los ruidos.

Cuando el ex militar se enteró de las sospechas en su contra, se fue de la ciudad junto con su cóndor. Después de algunos años la autoridad expropió el predio. Derribaron el edificio y cuando estaban haciendo los nuevos cimientos, hallaron muchos huesos de niños enterrados en el patio. Tales huesos eran de los infantes que habían desaparecido anteriormente.

Así surgió la leyenda de la esquina del zopilote. Debió ser la esquina del cóndor, pero en ese tiempo la gente, con escasos conocimientos, confundió al cóndor con el ave de carroña local. Así concluyó Eduardo Amer.

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