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En las áreas rurales del país suelen acontecer hechos inexplicables que posteriormente se incluyen en las narrativas de los habitantes de estas regiones. Carlos Toloza Chan recogió un relato que aconteció en el pueblo de Acanceh, ubicado en la región central del estado de Yucatán, en el año 2000. Un señor llamado Emilio, habitante del citado pueblo, contó a Toloza una experiencia a la que calificó como sobrenatural.

Eran las once y media horas de la noche cuando Emilio se disponía a dormir. Fue a la cocina de su casa para beber un poco de agua. De pronto, escuchó un fuerte aleteo a sus espaldas. Muy asustado por el ruido, se dio la vuelta y vio a un enorme pavo. Lo primero que le pasó por la mente fue que podría cocinar con él un rico relleno negro o un escabeche. Aún sorprendido, llamó a su mujer para que ella lo viera también. La señora no daba crédito a lo que estaba frente a sus ojos. Emilio le preguntó a quién pertenecía aquel animal, pero su esposa pero lo ignoraba.

Pensaron que aquel bonito pavo era de alguna vecina. Pero como ya era muy tarde decidieron esperar al día siguiente para averiguarlo. Entonces lo amarraron dentro de la cocina, hecha de mampostería. Verificaron que las puertas y ventanas estuvieran bien cerradas para que el animal no saliera. Ataron la extremidad del ave a la pata de una mesa muy pesada. Muy seguros que el animal no podría soltarse y escaparse, Emilio y su esposa se fueron a dormir, pero al día siguiente ocurrió algo que hasta la presente fecha ellos no pueden entender.

Eran aproximadamente las 5:30 de la mañana cuando Emilio se levantó, pues se preparaba para ir a su milpa; entonces fue a la cocina para preparar su café. Esperaba ver de nueva cuenta aquel hermoso pavo, pero grande fue su sorpresa al constatar que el animal ya no estaba. No pudo haber salido, pensó, ya que la puerta del patio estaba bien cerrada por dentro y la puerta de la sala también estaba asegurada.

Se acordó que tuvo la precaución de amarrar muy bien al pavo, pero ahora simplemente ya no estaba. Rápidamente despertó a su mujer para enterarla de la situación. Ella también quedó desconcertada porque la noche anterior había visto al magnífico animal. Pero el pavo sencillamente había desaparecido.

Al revisar la mesa vieron que, en una de sus patas, aún estaba la soga con la que unas horas antes Emilio había amarrado al ave. Cuando contó lo sucedido a sus amigos y parientes nadie lo creyó, pero esta experiencia, dice él, fue real. Algunos dijeron que aquel pavo era un aire malo, un pavo embrujado o algo por el estilo, concluyó don Emilio y así lo escribió Carlos Toloza Chan. 

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