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El toro ha sido uno de los animales más venerados en la historia de la humanidad. En el antiguo Egipto abundaban los cultos a este bóvido, casi siempre relacionados con la fecundidad, la fuerza y el poder del soberano. Quizá el más importante de todos fue el dedicado a Hapi, mejor conocido por su denominación griega, Apis. Así lo publicó la profesora Salima Ikram.

El culto a Apis tuvo su sede principal en Menfis, la capital histórica del Egipto faraónico. Además de la asociación con el poder y la autoridad del rey, se le identificaba con Ptah, quien era el Dios creador de aquel pueblo. En los inicios de su historia, Apis fue considerado el hijo de Ptah y más tarde se convirtió en la manifestación viviente de esta divinidad.

Cabe aclarar que Apis no era una estatua, sino un toro vivo que albergaba el espíritu divino hasta su muerte y que fue venerado como un Dios. Cuando moría, otro toro previamente elegido recibía el espíritu divino. De esta manera, nunca había más de un toro sagrado al mismo tiempo. Apis se distinguía ante todo por su pelaje blanco con tres manchas negras: en el cuello, el lomo y la grupa. Sus cuernos, cortos y rectos, a menudo se cubrían con fundas plateadas. En épocas posteriores se le representó con un disco solar entre los cuernos.

Un mito recogido por Heródoto explicaba que Apis nació de una vaca, la cual había sido fecundada por Ptah en la forma de un resplandor caído del cielo. El destello celestial confirmaba la divinidad del animal y su asociación con el Sol. Eran los sacerdotes quienes seleccionaban a un ternero por sus manchas y luego lo llevaban con su madre en una procesión que finalizaba en Menfis.

Durante su vida, el Apis recibía ofrendas y cuidados como si fuera un dios viviente. El toro era exhibido en las reuniones públicas, en procesiones y festividades religiosas. Se creía que cuando moría se fundía con Osiris, Dios del inframundo y pasaba a ser conocido como Apis-Osiris.

Después de su muerte, los toros eran cuidadosamente momificados y después recibían una sepultura majestuosa. Inicialmente, los enterraban en Menfis, en tumbas individuales compuestas de una pequeña capilla exterior, decorada con imágenes de Apis, de otros dioses y del faraón. Bajo la capilla se excavaba una cámara funeraria. Pero posteriormente el príncipe Khaemwaset, creó un nuevo centro de enterramiento para los toros Apis. Mandó a edificar unas extensas catacumbas, constituidas por un subterráneo excavado en la roca que, en conjunto, conforman una red de pasadizos y cámaras funerarias individuales. En estas últimas se hallan los enormes sarcófagos que acogían las momias de los toros.

Las catacumbas de Apis demuestran la importancia que tuvo el espacio subterráneo para los egipcios al igual que para muchos otros pueblos del mundo.

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