El mito de la codorniz
Carlos Evia Cervantes: El mito de la codorniz.
En aquellos tiempos, cuando los animales apenas acababan de formarse, contaban en el antiguo Mayab que la codorniz (bech, en maya), era el ave favorita de los dioses. Estaba dotada de un bellísimo plumaje y construía sus nidos en las copas de los árboles. Así lo escribió Santiago Pacheco Cruz.
Gracias a estos privilegios, su familia se hacía cada vez más numerosa y cualquier otro ser viviente estaría muy agradecido por esta condición. Pero la codorniz, ingratamente abrigaba la esperanza de poseer algún día el mundo entero para ella sola y su numerosa prole.
Cierta vez el bondadoso Gran Espíritu sintió el deseo de visitar la tierra e invitó a K’iin, el príncipe Sol, para que lo acompañara. Ambos tomaron la forma humana y descendieron al mundo. Box Buk, el príncipe de las Tinieblas, se enteró de la noticia y se llenó de envidia, pues se creía el amigo preferido del Gran Espíritu.
Box Buk se acordó que las leyes de aquel tiempo prohibían que un dios abandonase su puesto para mezclarse con los mortales en la tierra; entonces pensó que si podía probar que el príncipe Sol ha visitado este mundo sería duramente castigado. Para el caso, envió a sus espías a seguir la pista de los viajeros. Mientras tanto el Gran Espíritu y el príncipe Sol disfrutaban alegremente de su gira por la tierra.
Recorrieron pueblos, ciudades y océanos sin el menor contratiempo. Al atardecer, los dos viajeros Sol llegaron al Mayab. Los espías les habían seguido el rastro todo el tiempo y redoblaron sus esfuerzos para alcanzarlos antes de que entrara la noche. Querían evidenciar la presencia de los dioses en la tierra.
Sin embargo, los espíritus guardianes de la selva, apenas se dieron cuenta de la presencia de los espías, hicieron todo lo posible para ocultar a los visitantes. Contrariados por los constantes fracasos de sus planes, los espías decidieron interrogar a los pájaros. Pero éstos no dieron información alguna; hasta que llegaron con la bech, quien ya había ideado una estrategia para delatar a los divinos visitantes. Les dio las instrucciones a sus congéneres y cuando los dioses se acercaron a la codorniz, ésta emprendió el vuelo junto con sus parientes.
Ante el estruendoso ruido que las aves hicieron, los dioses viajeros se detuvieron un momento y, en aquel mismo instante, fueron vistos por los espías. El Gran Espíritu se dio cuenta de la trampa que la codorniz había realizado y supo que fue motivada por Box Buk. Entonces le dijo a la bech, “traidora, de hoy en adelante, tú y todos los tuyos quedarán a merced de las fieras y cazadores porque cerca del suelo vivirán para siempre”.
Este relato y muchos más fueron recopilados por Santiago Pacheco Cruz (1885-1970) quien fue un extraordinario educador, investigador y mayista mexicano.