Zopimpa, el ermitaño alegre de Izamal

Carlos Evia Cervantes: Zopimpa, el ermitaño alegre de Izamal.

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Era un hombre de edad indefinida y siempre se le veía igual, como si el tiempo no afectara su físico. De piel morena, delgado, con rasgos mestizos con preeminencia de lo maya. Vestía ropa harapienta, alpargatas y sombrero de palma. Así describió Conrado Roche Reyes, periodista y admirado escritor, a Zopimpa, un ermitaño que conoció en Izamal y sobre quien publicó en 2007.

El personaje siempre estaba ebrio y no se le conocía trabajo alguno. Conversaba con ricos y pobres de esa ciudad. Vivía en la cueva que está en la parte baja de la pirámide Kinich Kakmó. Afirmaba que en esa cavidad estaba la Virgen de la Inmaculada Concepción, con la cual sostenía diálogos.

Zopimpa frecuentemente fue el blanco predilecto de las pedradas y burlas de los chavales. Las soportaba estoicamente hasta que, en ciertas ocasiones, se cansaba de ellas, se volvía con la cara transfigurada y les lanzaba, con su tenebrosa y ronca voz, un gruñido que los asustaba. Decía este personaje que era hijo de una gitana.

Entraba a los bailes populares y siempre encontraba alguna pareja para danzar; alguna mujer que ya estuviera igual de borracha y el espectáculo surrealista atraía todas las miradas. Al llegar la medianoche, caía al suelo, quizá por el cansancio o por la embriaguez. Otras veces regresaba a su cueva.

Zopimpa entraba a las corridas de toros y le hacía frente a cualquier bestia por más grande o brava que ésta fuera. Sin defensa alguna más que su propio cuerpo, salía y se le plantaba al toro. Le bailaba una jarana o un paso doble. A veces el animal quedaba hipnotizado, pero en otras le ponía unas severas revolcadas. Sin embargo, y ante el asombro del público, se levantaba y seguía bailando. Tenía la firme convicción de que la Virgen lo protegía.

Zopimpa era el personaje infalible en el Carnaval y otras fiestas. Visitaba mucho el cementerio, donde atrapaba alguna culebra para cocinarla y comérsela. También gozaba de las deliciosas piñuelas silvestres. No le gustaba la ciudad de Mérida; en Izamal se sentía muy a gusto y podía hacerla de actor, boxeador y cirquero. Sabía que los habitantes de Izamal lo apreciaban mucho.

Zopimpa, como todos los de su clase, era en el fondo una persona con la valentía para soportar el estigma de su locura. Casi siempre hay un miembro así en muchas familias. Muchos de ellos tienen el valor de liberar el inconsciente que se oculta en la profundidad de la mente; son a los que se les llama locos o extravagantes.

Conrado Roche señaló que, en una ocasión cuando le hacía un reportaje, Zopimpa le dijo: “Sé quién eres, te tengo visto”. Rotundamente se negó a posar para la fotografía. Socarronamente se hizo a un lado diciendo: “No me fotografíes, ¿me quieres robar el alma?”

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