Gongorita, un enigmático ermitaño de Mérida
Carlos Evia Cervantes: Gongorita, un enigmático ermitaño de Mérida.
Los ermitaños son más numerosos de lo que pensé. A raíz de mis recientes publicaciones sobre el tema, algunos lectores me han informado acerca de otros casos. Así fue como me enteré de Gongorita, relato obsequiado por el antropólogo José Antonio Lugo Pérez.
Mi estimado amigo e informante dijo que, a finales de los años 60 y principios de los 70, cuando él era un niño y vivía en la calle 35 por 62 de Mérida, por el rumbo de la Plaza de Toros, pero más cerca de donde ahora está el monumento al Maestro, existía un personaje al que se le conocía como Gongorita. Era un señor de tez blanca, pelo castaño y de ojos azules. Era alto, de acuerdo con los estándares de la región, y de complexión normal. Su vestimenta era andrajosa y siempre estaba descalzo.
Gongorita vivía en una cueva ubicada en un terreno baldío cercano al edificio de la imprenta Díaz Massa. En ese tiempo, el lugar mencionado tenía por vecinos a doña Esperanza Peón, la familia Álvarez, doña Mercedes Palma y unos parientes de Irma Dorantes, viuda de Pedro Infante. Había familias de casi todas las clases sociales, entre ellas, la de José Antonio.
Gongorita salía de su cueva por las mañanas y regresaba al atardecer, como a las 5 o un poco más. Invariablemente caminaba a media calle, no se subía nunca a la banqueta. Afortunadamente, en ese tiempo, el tránsito vehicular era mínimo. Era muy callado, no pedía nada a nadie y no interactuaba con la gente del barrio; por lo tanto nunca hubo un problema entre él y los vecinos.
La cueva estaba en un patio que tenía acceso libre desde la calle, pero había abundante maleza. Gongorita entraba a través de un sendero. El hermano de José Antonio dijo que una vez entró a la gruta acompañado de algunos amigos. Ellos se dieron cuenta de que la cavidad se prolongaba bastante, pero no quisieron penetrar más porque no llevaban lámpara. Se percataron que el ermitaño dejaba su dinero sobre una piedra.
Lugo Pérez recuerda que Gongorita vivió por mucho tiempo en la caverna, pero desconoce cuál fue el final de este singular personaje. La imprenta Díaz Massa se fundó años después, tal vez a mediados de la década de los 80 y quizá entonces fue rellenada la gruta para construir su edificio.
Además de la caverna de Gongorita, en la parte de atrás del entonces contiguo Hospital del Niño, entre el área de consulta externa y el edificio central, había otra gruta de difícil acceso, pero se sabía que también era grande, concluye José Antonio.
Las cuevas, como en otros casos, fueron rellenadas para facilitar las construcciones modernas. Gongorita desapareció del rumbo, pero su existencia y sus particularidades dejaron huella en la memoria de sus vecinos.